miércoles, 26 de octubre de 2011

La crisis y la cultura en Canarias.

Esta semana los profesionales de la cultura canaria han sido testigos del amenazante recorte presupuestario que ha anunciado el Gobierno autonómico para el próximo año 2012, y que podría llegar a alcanzar un 65% de reducción de la inversión en el sector cultural de las islas. Y la verdad es que, visto así, la noticia no puede ser más desalentadora para un buen porcentaje de canarios (y otros) que nos dedicamos profesionalmente a la producción artística desde cualquiera de sus campos y manifestaciones, y en definitiva para el desarrollo cultural e intelectual de las islas. Las voces de alarma se disparan por todas las redes sociales, inmediatamente se crean consignas y pegatinas, hay a quien se le ocurre la brillante idea de resolver el problema organizando una gran cacerolada todas las mañanas por fuera del parlamento canario; los más ingenuos proponen “hacer cultura sin dinero”, otros hablan de innovación, y los representantes de cada sector artístico (empresarios, por supuesto) se reúnen con los políticos y redactan manifiestos de denuncias y de indignación.

La situación no puede ser más romántica y estupenda: por primera vez en la historia de Canarias todos los profesionales de la cultura están de acuerdo, se entienden, se soportan, y –por increíble que resulte- se defienden. Desde este pasado lunes todos los artistas de las islas somos auténticos compañeros, unidos y organizados férreamente para defender (nótese, por favor, la ironía) la identidad cultural de Canarias, el derecho de los pueblos a la cultura, y un largo etcétera de dignísimos principios que pocas veces he visto en las propuestas y trabajos artísticos de quienes ahora se rasgan las vestiduras. Está de más decir que estos encuentros y este hermanamiento de representantes y de artistas nunca tuvo lugar para denunciar hace ya algunos meses los recortes que se llevaron a cabo en sanidad en la comunidad autónoma canaria, y nunca nosotros, “profesionales de la cultura”, salimos en masa para sumarnos a los movimientos de indignación popular del pasado mayo en todo el territorio español, y qué decir del compromiso de nuestro gran colectivo de artistas –como colectivo, insisto- por la situación de la educación en Canarias y por la pésima actuación de la Consejería de Educación. Mejor ni hablemos de Libia, Afganistán o Palestina. En definitiva: jamás la organización y movilización con la que ahora pretendemos denunciar la situación crítica de nuestra profesión estuvo al servicio de ninguna otra causa social que estuviera en riesgo aún para nosotros mismos, como es la sanidad y la educación, de la que dependemos en buen grado para el exitoso desarrollo de nuestra profesión. Pero ahora nos ha llegado a nosotros, al sector de la cultura, y no queda más remedio que recordar aquellos supuestos versos de Bertold Brecht: Primero vinieron a por los comunistas, / y yo no hablé porque no era comunista. / Después vinieron a por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. / Después vinieron a por los católicos, / y yo no hablé porque era protestante. / Ahora vienen a por mí, / pero ya es demasiado tarde.

El problema es mucho mayor de lo que se está comentando en los corrillos y círculos artísticos, y es muy anterior a la crisis y a los inevitables recortes que ésta ha traído consigo. No olvidemos que -bien mirado-, somos un sector privilegiado que hemos visto peligrar nuestros intereses laborales después de varios años de crisis (que empezó en el 2008) y mucho después de que infinitos sectores de profesionales hayan perdido descaradamente sus derechos y sus puestos de trabajo en este tiempo; pongo por caso dos sectores severamente afectados: el de la construcción y el del turismo, entre tantos otros, y que en Canarias ha dejado al descubierto a familias enteras. Así que será cuestión de mostrar un poco de cautela a la hora de denunciar problemas que nunca nos preocuparon cuando pasaban en la casa del vecino.

Pero esto no es todo, porque para más inri, la situación actual del sector cultural en Canarias vendría a ser una más de las tantas contradicciones propias del sistema capitalista en el que vivimos. Intentaré extenderme en este punto para llegar a ciertas conclusiones que puedan abrir caminos de debate (les animo a ello) sobre estos temas que ahora nos afectan, y porque yo también ando estos días reflexionando mucho sobre el tema e intentando encontrar causas y consecuencias de estas decisiones políticas y artísticas que estamos tomando unos y otros. Es necesario recordar en este punto que la mercantilización del arte, la cosificación de la producción cultural, es el resultado de la actitud del sistema capitalista frente al arte mismo, recurriendo a los beneficios económicos que genera, y reflejando por tanto en cada obra el espíritu y la ideología de quienes generan ese arte. Evidentemente, quien tiene la posibilidad de invertir en el arte es la burguesía, por tener consigo el capital necesario para afrontar los gastos de los proyectos culturales que se propone, y de los que sacará rendimiento absoluto, imprimiendo de paso, sus hábitos y sus costumbres, o lo que es lo mismo, su pensamiento de clase. Es decir, que el arte que hemos venido haciendo hasta ahora (lo que llamamos “cultura de Canarias”) no es más que una reproducción de las inquietudes de la burguesía canaria que paga nuestro arte, y por tanto nuestro arte, esta cosa que hemos venido haciendo durante todos estos años y a la cual muchos han entregado neciamente las mejores horas de su vida, no refleja en modo alguno la realidad social, política y económica de la sociedad que sustenta nuestras producciones artísticas y para la que hubiéramos debido trabajar seriamente y con el respeto que merecen. De modo que a medida que nos alejábamos de la sociedad, a medida que nos volvíamos exquisitos especialistas y críticos consagrados que jugábamos a hacer nuestro arte para nadie (porque ‒como ya he sugerido‒ ni siquiera entre nosotros nos apoyábamos), un arte desligado del empleado, de la joven universitaria, del ama de casa, del obrero de la construcción, del frutero del centro comercial, pero muy interesante –eso sí‒ para los señoritos de las grandes ciudades y para los concejales de cultura en las raras ocasiones en las que éstos hacían acto de presencia; a medida que pasaba todo esto, como digo, nos hemos quedado solos en la profesión, y tan solos que la carroña empresarial y las exigencias del mercado acabaron por echar por tierra los pocos lazos de humanidad y de respeto que había entre nosotros. Se formó de esta manera una jerarquía dentro de nuestro sector con muchos privilegios para quienes estuvieran de acuerdo con las líneas ideológicas de la política de turno, con inestimables lazos de amiguismo y lacayismo, y es así cómo unos han venido gobernando sobre otros descaradamente, haciéndose las competencias más sucias, desluciendo el rigor de la cultura, y dando como resultado o bien un arte aburguesado, elitista, intelectualoide y pretensiosamente europeísta (en aras de la más rabiosa modernidad); o bien un arte sensacionalista, de asqueroso entretenimiento, populista hasta la risa e insincero. Faltaría por añadir a todo este atropello el arte bien hecho, la pièce bien faite, que en términos estéticos y espectaculares resultan de lo más aplaudidas, pero que en toda su parafernalia estructural no hay un ápice de interés o de modesta actualidad en lo que muestra y por tanto su repercusión como contenido artístico en la sociedad que lo sustenta no tiene ninguna trascendencia.

En cualquiera de los tres casos, estamos hablando de un arte descomprometido con las clases sociales a las que verdaderamente tuvimos que haber atendido, creando un público que, de haberlo hecho bien, ahora estarían haciendo presión con nosotros en la calle para denunciar esos recortes que nos afectan, porque acabarían asimilando como suyos estos problemas que ahora debemos comernos solos. Pero el sistema nos enseñó a hacer todo lo contrario. Nos alejamos y nos pusimos en contra de quienes eran y son nuestro verdadero apoyo y nuestra verdadera causa. El pensamiento burgués que pretende hacer del arte un movimiento de expresión apolítica ha ganado tanta fuerza que incluso aparece con toda claridad (y sin el menor pudor) en el manifiesto de los artistas canarios que ya ha salido a la luz para denunciar tales recortes en el presupuesto a la cultura para el próximo año. Dicho texto dice explícitamente: «La cultura (…) tiene que ser apoyada […] con independencia de cualquier signo ideológico, político y partidista». He aquí una de las contradicciones más absurdas del manifiesto y que, como principio, juega absolutamente en contra de los intereses que defiende. ¿Cómo es posible que los profesionales de la cultura queramos desligar el componente socio-político de nuestra profesión, toda vez que ésta pretende analizar, profundizar y hacernos más libres como sociedades organizadas? ¿Cómo se traga que un colectivo de artistas que hemos venido practicando un arte exclusivamente burgués (salvo tan contadas excepciones que estadísticamente es insignificante y cuyos representantes de estas excepciones probablemente no han firmado lógicamente ese manifiesto), es decir, tremendamente ideologizado en una conciencia de clase concreta, la buguesa, cometa la insolencia de decir que su concepto de la cultura es apolítico? ¿Es que, acaso, haciendo arte exclusivo para la minoría que puede pagar el costo de la entrada no estamos discriminando el arte y reduciéndolo para lujo de unos pocos y, por tanto, haciendo auténtica política? ¿Y no es absolutamente arte político todo espectáculo que depende de la decisión del concejal de cultura para poder llevarlo a cabo en un municipio, considerando que los privilegios de nuestros políticos los ha alejado de la realidad cotidiana? Y finalmente, ¿a qué solicitar a la clase política «que no instrumentalice políticamente nuestros proyectos de cara a las próximas elecciones de 2011» si hemos sido nosotros mismos con nuestros proyectos quienes hemos politizado al servicio de los ganadores políticos de siempre y durante todos estos años el arte que realizamos?

Todas estas contradicciones vienen a demostrar, en mi opinión, la inestabilidad y las debilidades internas de nuestro colectivo de artistas y sus preocupaciones puramente económicas, de lo que deduzco que es un movimiento encabezado principalmente por capitalistas de la cultura canaria, por los inversores de las artes escénicas y musicales, que arrastran a su vez a todos sus empleados y asalariados, instigándoles a sentirse igual de traicionados por las decisiones políticas y los recortes de las administraciones; todo esto en nombre de la santísima “industria cultural” de Canarias. Esto nos lleva a pensar hasta qué punto debemos apoyar este movimiento de indignación exclusivamente empresarial (al menos al colectivo que se ha encargado de escribir el manifiesto sin publicar, por cierto, los nombres de sus autores), que ni tiene en cuenta los efectos generales del recorte en los circuitos amateurs, ‒si es que acaso consideran que los grupos y entidades aficionadas promueven la cultura en gran medida y en espacios públicos a donde nunca podrán llegar sus producciones artísticas, creando a su vez un buen porcentaje de público del que luego ellos se benefician‒, ni ofrecen otra propuesta más injusta e indigna que la de la meritocracia, a juzgar por los baremos que consideran necesarios para la adjudicación de las subvenciones: «formación, trayectoria y experiencia de los profesionales», es decir, que piden justo lo que una de las comunidades autónomas con mayor retroceso cultural y menor profesionalización artística de todo el estado español no puede ofrecer, y además «la proyección de nuestros artistas», es decir, aquellos que han tenido la posibilidad y la suerte de ser reconocidos fuera del ámbito autonómico.

Por último, tengo la sensación de que en todo este cambalache los que saldremos verdaderamente afectados somos los que ni nos beneficiamos de las subvenciones gubernamentales y autonómicas antes del recorte, ni mucho menos lo vamos a hacer después de él, evidentemente. Así que en mi caso las cosas van a seguir siendo exactamente iguales, si no peor, que es lo que toca. Por suerte no es algo que a estas alturas del cuento me amilane, pero tengo la sensación de que no somos pocos los que estamos siendo víctimas de los intereses de unos cuantos, por encima de la indignación que todos sentimos ante estas drásticas decisiones presupuestarias. Cabría discutir si todos estos factores que venimos analizando hasta aquí serían motivos justificados para explicarnos los recortes que hoy se le presentan al futuro de la cultura canaria, además ‒claro está‒ de la archiconocida incompetencia e ineptitud política y el retroceso social, económico e intelectual que ha sufrido Canarias en su terrible condición colonial de paraíso reducido a sol y playa. Sí, no se equivoquen, estoy insinuando soslayadamente la posibilidad de que todo esto que ahora nos pasa, a lo mejor nos lo merecemos.

En cualquier caso yo espero, de todo corazón, que estas situaciones que ahora vivimos sirvan para tomar conciencia de nuestra verdadera lucha en el arte, para poner al servicio de la sociedad y no contra ella los mecanismos de sensibilización y emancipación de nuestras profesiones artísticas, y para saber distinguir a los verdugos de las víctimas, ahora que todos hemos vuelto ¡ay, de mí! a ser amigos y compañeros del oficio.

domingo, 9 de octubre de 2011

Festival Máscara, un año más.

Por cuarto año consecutivo, la ciudad del Drago ha acogido la celebración del Festival de Teatro Máscara durante unas jornadas que no pasan de una semana y que, no obstante, están ocupadas por compañías tanto profesionales como amateurs, como no podía ser menos si tenemos en cuenta que el grupo que organiza dicho Festival es Sol y Sombra, grupo de amigos aficionados al teatro que hemos dedicado muchos años a divertirnos en escena sin mayor pretensión que la de conocernos y compartir ciertas inquietudes (aún cuando esas inquietudes nunca sean las mismas). El caso es que la fiesta del teatro ha llegado a Icod desde este viernes pasado, desde que el profesor y compañero Jose Antonio Ramos Arteaga pronunciara la conferencia inaugural de las jornadas, y se diera paso al montaje de la compañía Reymala "Noche de bufones" con el que han comenzado esta nueva temporada teatral y que ya llevaron al Teatro Leal de la Laguna el 30 de septiembre.

En lo que concierne a la ponencia del profesor, ninguna noticia más amarga pudo sucederme esa noche, pues por un error de mi parte, Pepe Ramos Arteaga había comprendido que se trataba de una conferencia ad hoc, para lo cual se había preparado una exposición de textos de teatro aficionado en la zona noroeste de la isla de Tenerife, en la que sucintamente hablaba de todas las manifestaciones de este tipo de representaciones tan importantes en la historiografía teatral. Al final tuvo que reducir toda aquella información en una breve explicación de media hora, por más que su ponencia estaba pensada para hora y cuarto con  sus textos respectivos y lecturas correspondientes. Por suerte, la acostumbrada amabilidad y comprensión de Pepe me hicieron sentir menos culpable, prometiéndome que volvería de nuevo a Icod para explicar con todo tipo de detalles los puntos de su conferencia. Agradezco desde aquí una vez más la presencia en nuestro festival de Ramos Arteaga por su inagotable conocimiento, su entrega y su respeto por el arte dramático, su interés por el hecho popular y su lucha por acabar con la marginación que ha sufrido el teatro aficionado, resaltando la importancia de un arte desinteresado, sano y espontáneo como es el teatro amateur.

Como componente de Noche de bufones, montaje con el que la compañía Reymala fue invitada para abrir el Festival puedo garantizarles que ha sido la actuación más serena y compacta que hemos tenido. Me da la sensación de que hemos empezado a disfrutar de verdad con la obra, con los personajes, con las situaciones. Señal inequívoca de esta intuición es el caluroso aplauso con el que el público acogió nuestra propuesta, así como las constantes muestras de complicidad, de admiración, de alegría con que nos acompañaron los icodenses en una noche de cementerio. Con la grata sensación de haber arrancado con fuerza, empezaba nuestro Máscara un año más.

La segunda jornada de Máscara empezaba ayer con un pasacalle organizado por el grupo de teatro Sol y Sombra, escrito –mal escrito- por un servidor, sobre la historia del teatro: una ruta callejera que iba mostrando la evolución del arte dramático desde los orígenes tribales hasta las vanguardias y la negación del arte, pasando por el teatro griego, el barroco y el drama romántico. Me gustó que los compañeros del grupo de teatro compartieran escena con los niños de la Escuela infantil y juvenil Sol y Sombra, recreando entre todos el desarrollo histórico del arte que defendemos. A todo esto hay que sumar la banda de dixieland que acompañó la ruta, y que tenía entre otros músicos a mi querido y preferidísimo Juan Carlos León “Mosco”. Me gustó ver la cara de la gente asistiendo casi por casualidad a aquellos paseos en las orillas de las aceras, con expresiones de sorpresa, de alegría, de desconfianza. Me gustó ver que sencillamente aquel disparate motivaba algún sentimiento, por pobre que fuera.

La actuación de la noche del segundo día corría a cargo de la compañía Platónica Teatro, con un texto de Paloma Pedrero titulado Una estrella. No conocía la dramaturgia de Pedrero, aunque me causaba tanta curiosidad como descubrir la interpretación por la que José Manuel Segado, actor del montaje, se llevó el premio Réplica de teatro de este año por el papel que interpreta en la obra, junto a Bibiana Monje y Antonio Conejo. Me sorprendió positivamente la gran interpretación de Segado tanto como me decepcionó la historia de la obra: muchacha de vida compleja, ludópata, que escribe, que bebe café, estupenda, burguesonísima y un poco pedante que busca padre perdido en la soledad de un bar, donde suena de cuando en cuando una rocola con música al más puro estilo americano. Vamos, una buena antología de clichés, tópicos y recursos anodinos y superficiales que conforman una obra del todo increíble, frente a la que los actores tuvieron que hacer frente en todo momento para buscar sentido ante tanto disparate y tanta cita sentenciosa. Aún así, me gustó la interpretación de Segado, bastante serena y natural, lo que ayuda a convertir todo aquello en algo bastante más digno de lo que en una lectura podría parecerme. Por su parte, Bibiana Monje hizo lo mejor que pudo su papel y aún mucho más de lo que se le podría pedir, pero ni es su patrón de personajes, ni ese personaje es patrón de nada interesante hoy en día en escena. Al montaje general se le sumó una insidiosa música de fiesta privada de una casa próxima que inundó el patio del Convento de San Francisco, robando para más inri la intimidad que requería la obra. Esta desagradable molestia sirvió –eso sí– para confirmar la necesidad que tenemos en Icod de los Vinos de un espacio habilitado para representaciones escénicas, sin depender de los antojos atmosféricos ni de los fiestorros sabatinos. No puedo esconder la vergüenza que sentí al ver a los compañeros en escena sufriendo por culpa de aquel concierto ajeno, intentando luchar contra el despiste, el ritmo de la obra, el interés del público, la cultura toda y el respeto de quienes imponen sus fiestas por encima de la tranquilidad de los demás.


Esta noche, la Escuela Juvenil de Teatro Sol y Sombra llevará a escena “Sueño de una noche de verano” de Shakespeare, dirigida por Antonio Fumero, profesor de los alumnos. Esperemos que el humilde trabajo de estos años en nuestra escuelita (gracias a la cual más de cien niños han gozado ya del arte de Talía) salga a relucir esta noche en el esplendor de un texto tan hermoso como intenso. Ya les contaré.

martes, 20 de septiembre de 2011

Confesiones sentimentales de un bufón llamado Gangarilla, por el célebre comediante Ovidio Santamaría.

Me llamo Gangarilla, y nací en las Nuevas Indias, al norte de Nueva Granada, en el año de mil e quinientos e ochenta e tres por la gracia de dios todopoderoso y mediante la ayuda de un médico imbécil que no logró sacarme a la luz sin que me faltara el aire desde el pirmer momento, con lo que quedé menguado de por vida y con un discreto aire de pánfilo que me acompañaría hasta mi último aliento. Mi padre, originario de las Afortunadas, logró escapar de las galeras del rey y hacer fortuna con su inseparable mandolina en la ciudad de Caracas, donde tuvo por dicha de conocer a mi madre, mujer de talle esbelto y de reluciente mirada, tan casta y adiestrada para los oficios del hogar como los mejores soldados lo son para la guerra. De aquel amor de entrambos tuvo lugar la infeliz noticia de mi nacimiento, pues los cielos no tenían aviso de recibir entre la humanidad a mayor hideputa y loco que este esqueleto que habito y que me acompaña ha ya veinte e ocho años.
El infortunio del destino y las adversidades que me han sucedido consecutivamente torcieron los caminos que el Señor me tenía preparados, y después de trabajar al servicio de tantos amos, ciegos y perros como me fueron abonados por la Providencia, conseguí hacerme con un florido lenguaje de injurias y herejías, que tuve a bien aprovechar para mis romances y cantares, blasfemando contra todo orden y toda ley, acompañado de la mandolina de mi padre, que le robé antes de desaparecer para siempre del hogar y donde nunca más volví a poner mis pies, mal que me pese. De esta suerte me fui convirtiendo en un trotaconventos que apuraba mis versos con largos tragos de buen vino, cuando la suerte estaba de mi lado y cuando los que me oían celebraban mi destreza. Aunque más de una vez mi lomo sintió crujir los palos de quienes veían en mi boca y mi instrumento un peligro para sus intereses, y fue así cómo hube de darme cuenta del riesgo de mi oficio. No pocas veces los obispos y hasta los feligreses más dóciles siguieron mis pasos con el fin de aniquilarme, pero por alguna extraña razón, siempre tuve la suerte de escapar a la muerte en los momentos más difíciles.
La mayor fortuna que pudo acaecerme fue la de caerle tan en gracia al mismísimo Conde Duque de Olivares que no bien habíase pasado de aquéllo medio año, cuando ya estaba actuando para el rey en sus aposentos palaciegos, y bajo la ojeriza eclesiástica, que malmiraba mis proezas a regañadientes en una esquina del salón de espectáculos. Allí tuve el enorme placer de conocer a cuatro bufones más, cuyas vidas habían corrido más o menos la misma suerte que la mía, escapando y librándose de las fuerzas del mal a cada poco. Así fue como tuve conocimiento del arte de Bojiganga, con su malicia descarada y su buen gusto por la avaricia; el deslumbrante ingenio de Ñaque, un antiguo sacerdote venido a menos que había descubierto en el arte de la blasfemia su mejor manera de existir; en las sopesadas reflexiones de Bululú, que había viajado por toda Italia y conocía perfectamente a los cómicos dell'arte, y así también conocí por último a Cambaleo, la mujer a la que le hubiera dado el mundo entero de no ser porque la vida la había tratado tan putamente que apenas si podía reconocerse en ella misma entre tanta cicatriz emocional. Ahora que lo pienso, por culpa de ese sano amor que le tuve siempre, fui el único de los cuatro que no logré holgar deliberadamente con ella, de lo que deduzco que lo peor que le puede pasar a un hideputa como yo es enamorarme tan idiotamente de una mujer desgraciada.
No puedo decir, sin embargo, que entre nosotros cinco surgiera una amistad verdadera. Pero creo que ninguno de nosotros la buscaba ni la quería. Éramos cinco bocajarros que gritábamos ante la corte lo que no querían escuchar, y a fuerza de urgar en la malicia de los poderosos corrimos el riesgo de tornar el rostro animado del Respetable en continuas expresiones de odio y rencor que supimos reconocer a tiempo, escapando en secreto de palacio y haciéndonos a los caminos más insospechados por los pueblos del país, donde mal que bien ganábamos nuestros maravedises y perras de vino. Administrábalo todo Bojiganga, pero con tan poco acierto y tan desmedidamente que cuando descubrimos su holgazanería ya era tarde y no hubo otro remedio que adaptarnos al sistema que habíamos creado por olvido y desgana.
Pobres como estábamos de repertorio y ávidos de nuevas escenificaciones bufonescas, tuvimos ocasión de dar con uno de los autores más respetados de las compañías y cofradías del arte nuevo de hacer comedias de aquellos años: Don Ignacio Cabrera de Loyola y Solórzano, hombre de grande melena y copiosa barba, que conocía en exceso las técnicas más exquisitas de la bufonería y la sátira, que dirigía la cofradía de Los Lagartos, una de las corales populares que por carnestolendas salían a las plazas públicas a denunciar el disparate político y la corrupción , y que animaba nuestro entusiasmo con discursos tan sabrossos como esperanzadores. Fue así, con la presencia de Don Ignacio, cómo fuimos rozando la muerte sin saberlo, y cómo la Fortuna nos tomó de sorpresa tras tantos esquivos, pues el espectáculo que concibió nuestro autor (ayudado por nuestro ingenio y nuestra experiencia) resultó ser de tan peligrosa hechura, de tan maliciosa reflexión, que ni a los muertos dejaba que descansaran "in pacem". Desde los huesos de los cadáveres, hasta las torres más altas del cielo, no hubo camino que no estocáramos sin escrúpulos.
No era de extrañar que en la grande España, donde los poderosos han tomado siempre las riendas de nuestra historia, aquellos bufones que lanzábamos granadas a diestra y siniestra, pagáramos rápidamente con nuestra vida tanto atrevimiento. La horca vino a nuestros cuellos tan pronto como la sedosa corbata del rey al suyo desde tempranas horas de la mañana para encagarse de los asuntos de estado.
La mayoría de la gente ignora el poder de la risa, el ungüento mágico del humor que es capaz de liberar al hombre y sacarle de sus miserias. La risa ha estado perseguida desde los tiempos de Aristóteles. ¿No les parece extraño que no haya sobrevivido a la historia el tratado que el estagirita escribió sobre la comedia? ¿Acaso la risa libera la tensión que sentimos ante un mundo absurdo? ¿Es libre quien se ríe? ¿Es una suerte poder reírse en los tiempos inmundos que corren? ¿Y será cierto entonces eso de que "el que ríe el último ríe mejor"?

lunes, 30 de mayo de 2011

De peces y hombres.

Como cada último jueves de mes, el Club de lectura dramática Sol y Sombra organizó su encuentro de mayo en el Ex-convento de San Francisco, de Icod de los Vinos: nada más y nada menos que un texto de la actualísima Angélica Liddell, que se intitula "Y los peces salieron a combatir contra los hombres". Escogimos el texto por su rabiosa actualidad, por su manera singularísima de afrontar el hecho dramático desde una escritura que mucho tiene de mesiánico y de salmódico. Nos interesó sobre todo esa fuerza inherente que tiene la palabra "liddellesca" para convertirse en férrea denuncia y en cruel blasfemia.
"Y los peces salieron a combatir contra los hombres" es, sin duda alguna, una declaración de principios que se impone furiosa ante las injusticias que provoca la división ecuatorial del primer mundo y el tercero, la discriminación de los negros y los blancos, de los países del norte y los del sur, la desgraciada situación de los inmigrantes ilegales en las costas de España, y en definitiva, la distinción de las clases sociales y raciales que prospera cada vez con mayor ahínco en nuestra enfermiza mentalidad europea. Todo esto, desde un lenguaje irónico de innegable provocación y mediante una estructura formal del texto que implica la aparición de dos personajes (tres, en realidad, a juzgar por la omnipresencia del silencioso Señor Puta, alter ego del poder, la corrupción, las corporaciones y la profesionalización de la política) que se debaten a un tiempo en el seno intelectual de la protagonista, pues se trata de un monólogo con doble personalidad. Por un lado, con el personaje de Angélica, la autora incluye su propio pensamiento y manifiesta su constante inquietud al considerar la responsabilidad que le confiere el proceso dramatúrgico; por otro lado, La Puta representa el pensamiento cotidiano de los primermundistas, lleno de miedo, de prejuicios, de sorprendente estupidez. Liddell, en su característica línea de violencia escénica y dramática, construye por tanto un manifiesto de hondísima humanidad en el que parece reclamar un humanismo perdido; siempre, eso sí, alejada de los dogmas y los maniqueísmos propios de quienes escriben un tipo de teatro social que pretende señalar a los buenos y los malos con una dialéctica infantil. El rigor con el que Liddell trabaja el fondo ético de sus piezas es lo que engrandece y agrava, al mismo tiempo, la complejidad de su dramaturgia.

Si a la magnitud de un texto como "Y los peces..." le sumamos la estimadísima participación en nuestro club de la profesora de dramaturgia de la Escuela de Actores de Canarias, Isabel Delgado, dramaturga, especialista en este tipo de teatro "raro" y malcomprendido, que tuvo a bien aceptar nuestra invitación para situar a la autora y al texto en el contexto históricosociocultural en el que se inscribe, entonces podrán comprender que la cita no pudo ser más amena ni entrañable. Isabel supo hacer de lo más "apetitosa" una exposición de viente minutos en las que repasó nada más y nada menos que los principios éticos y éstéticos del teatro postdramático, así como la producción tanto dramatúrgica como escénica de Liddell, y la detallada estructuración interna de la obra en sí, con la naturalidad de una colega que viene a contarnos cómo prepara el gazpacho. Esa cercanía de su discurso nos permitió a los pocos asistentes que allí estábamos (a los que agradezco su asitencia y su interés)  apreciar la posterior lectura del texto, que correría a cargo de mi compañera Mar Gutiérrez y de un servidor.

Esperamos ansiosos la próxima edición de nuestro Club de Lectura dramática para la que ya estamos buscando textos. Apunta por ahora un ganador: Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez, no sólo por variar temporalmente en el proceso dramatúrgico, sino por insistir en un tipo de lectura que esté al corriente de los tiempos actuales, donde la crítica, el debate, la furia, el entusiasmo y el recuerdo estén al servicio de las líneas de pensamiento independientes y críticas que han hecho despertar a España de un largo sueño oprimido.

Y a tí, Isabel, mil gracias por apoyar el arte dramático, allá donde se encuentre.
El norte te espera siempre que quieras volver.




viernes, 6 de mayo de 2011

Al calor de una estufa llamada Descartes.

Supongo que les importará un pepino lo que leo o dejo de leer, pero sin ánimo de resultar petulante (prometí que este blog iría sobre libros, arte, política y otras mentirijillas) quiero compartir con ustedes la satisfacción que me produce haberme devorado una milhoja de René Descartes, su Discurso del método, del que tanto oí hablar en mis años de instituto y al que siempre temí no entender con la suficiente capacidad e inteligencia que requieren los clásicos de la hermosa filosofía. Nada más lejos. Ya me había sucedido lo mismo con Borges años atrás, aquel Jorge Luis Borges del que yo oía hablar en boca de intelectuales y grandes lectores amigos míos, y del que yo pensaba no entender ni papa. Desde que un día me decidiera a tantear sus obras literarias nunca más lo abandoné. Tengo la suerte además de no haberme leído toda su obra completa aunque la tenga, cosa de guardarme alguna sorpresa literaria para los años que me restan.

Pues lo mismo me sucedió con Descartes, al menos con ese Discurso que tanto he saboreado, y del que tanto he aprendido, dejando a un lado partes como la anatomía o el sistema solar, de los que admito desconocerlo todo, hasta el punto de no saber cuánto más se ha avanzado en esas materias a lo largo de la historia científica. Sí, lo siento.

Estas dos noches que estuve ensimismado en la lectura (el texto apenas supera las cien páginas) yo me encontraba como arrinconado a una estufa, tal y como cuenta Descartes que estuvo durante sus años de estudio para elaborar su método. Allí encontré un calor estupendo de inteligencia, de prosa deslumbrante, de brillante sentido intelectual. Me maravilló la manera en que el filósofo duda de todo (bueno, menos de la existencia de Dios, a quien se empeña en demostrar ¡científicamente!) y la capacidad de ordenar el pensamiento para construir un modo -un camino- de acercarse a la verdad científica.

Pienso luego existo... Tomar conciencia de que el pensamiento es la causa misma de ser, al menos de ser consciente. Y de este modo, llegar a la conclusión de que si pienso existo, pero si no tuviera la posiblidad de pensar... ¡no existiría! ¿No les parece absolutamente moderno lo que cuenta Descartes? ¿No estamos viviendo precisamente en un tiempo en el que pretenden que no pensemos? ¿Y acaso es verdad que si no pensamos no somos individuos, sociedad, estado, continente, planeta? ¿Les estamos regalando nuestra existencia a quienes ya se encargan de pensar por nosotros?

Creo que necesito una cerveza.

jueves, 7 de abril de 2011

Un humor de pajaritas: Les Luthiers.

Anoche fui invitado por mi amiga Nazaret Yanes a presenciar el último espectáculo de Les Luthiers en el Auditorio de Santa Cruz de Tenerife y, como comprenderán, no dudé ni un momento en acompañarla. Los argentinos subieron a escena Los premios Mastropiero, espectáculo que sedujo a todos los asistentes que allí estábamos por su habitual manera de jugar con el lenguaje, por su destreza musical, por su escuetísima puesta en escena y por ese humor de gigantes proporciones que ha acabado por volverse un arma peligrosa contra poderes e imperios. También por la mala leche del espectáculo, que consiste en regalarse premios por su trayectoria artística, recordando viejos números del grupo, y al mismo tiempo, poniendo a parir la corrupción oficialista y oportunista de los premios culturales, los reconocimientos previamente pagados y la corrupción incesante de los jurados que deciden los galardones. Todo un espectáculo, sin duda.

Allí estaban aquellos cinco dioses del humor embutidos en sus eternos esmoquins blanquinegros, ahorcados durante casi dos horas por crueles pajaritas, y llevando y trayendo a escena todo tipo de aparatos deslumbrantes, artilugios de museo, instrumentos imposibles aparentemente ridículos pero de hermosas sonoridades y timbres inauditos. Me recordaban por sus acciones y sus pintas a los hombrecitos amargados y simpáticos que Quino dibujara tantas veces en su vida.

Junto a tanta mecánica de laboratorio sonoro, se destacaba un ingenio prodigioso y una voluntad suprema del lenguaje: las metáforas, los juegos de palabras, los dobles sentidos, las repeticiones, las intertextualidades, las dislexias y las hipérboles eran algunos de los ingredientes fundamentales de aquel festín. Del resto, preciosismo escénico y diálogos perfectamente construidos, mediante unos personajes tan diversos como coloristas, pero siempre (sorprendentemente) en una inexplicable línea de elegancia y talento, raramente común por estas tierras, donde la grosería insulsa ha acabado por implantarse como síntoma de la risa. Descubrí también un compromiso ideológico mucho más hondo que en otras ocasiones, por ejemplo cuando los fui a ver, también aquí en la isla, hace ya algunos años, con otro de sus grandes espectáculos, Bromato de armonio. Ahora me parecían más ácidos que nunca, arremetiendo sin miedo contra temas de verdadera importancia como el FMI, la CIA, el soborno empresarial, la lucha de clases, etc. No sé por qué razón me dio por pensar -y espero no llevarme a engaño- que la revolución que se está dando desde hace ya unos años en América Latina ha tenido que ver en esta actitud de Les Luthiers.

Mientras Nazaret y yo veíamos el espectáculo -admirados de tanto ingenio musical y literario- recordé especialmente -siempre me sucede- a mi padre, que fue quien me regaló el derecho a escucharlos gracias a su colección de compacdises. Y es que sus carátulas mostraban una maraña de aparatos industriales y en su interior se desplegaba el listado de títulos de las canciones: La gallina dijo eureka, Miss Lilly Higgins Sings Shimmy In Mississippi´s Spring, o Chacarera del ácido lisérgico. Como comprenderán, mi aturdimiento no era para menos.

Anoche seguía aturdido por más razones que en aquellos años que empecé a escucharlos. Y como yo, el incontable patio de butacas que se levantó para ovacionar a los artistas. Los aplausos del final amenazaban con echar por tiera el gigante techo del auditorio, y los cinco granujas agradecieron con su característica simpatía. Al verlos marcharse, le comenté a una deslumbrada Nazaret: "Tengo la sensación de que los estoy viendo por última vez". Ahora que escribo estas líneas espero, de todo corazón, equivocarme.

jueves, 10 de marzo de 2011

Sara Molina, una mujer de teatro.


Entrevista realizada por Isabel Delgado y César Yanes.

Dedicada de lleno a la investigación de las artes escénicas, en constante descubrimiento de nuevos lenguajes teatrales desde hace casi treinta años, la dramaturga Sara Molina (Jaén, 1958) visitó nuestro Taller Permanente de Dramaturgia a principios de diciembre de 2010. No era la primera vez que aterrizaba en Tenerife, pero esta vez vino para impartir un curso de narratología dramática y para ‒de paso‒ saldar una deuda con la isla: una piedra del Teide que tomó prestada años atrás y que tuvo a bien devolvernos. Por despiste, la piedra quedó en Granada, donde nuestra colega vive en la actualidad como profesora de la Universidad y directora de varias compañías de teatro, pero ella no dudó en venirse y compartir con nosotros unas intensas jornadas teatrales donde pudimos conocerla un poco más. Aprovechando que estaba entre nosotros, le formulamos una serie de preguntas para indagar en su carrera, sus recuerdos y su amor por el trabajo. Así es Sara Molina y así ha querido ella que la conociésemos.

I.D.: Sara, sabemos que el proceso histórico del teatro desde hace treinta años hasta la actualidad merece ser analizado con lupa para descubrir las evoluciones, los cambios o las transformaciones que han propiciado un avance en todo tipo de materia escénica. Respecto a ti, ¿cómo has presenciado ese cambio de la escena teatral desde aquellos años en que comenzaste hasta la actualidad?

S.M.: Es muy difícil hablar de esto. Son cerca de treinta años y es algo muy diferente lo que ha pasado en el sur desde entonces respecto de Cataluña, Madrid o el resto del territorio escénico. Pero bueno, abriendo el plano y diciendo generalidades respecto del “estado de las cosas” podría decir que sí, que claro que los cambios efectivamente han sido muchos, paralelos a los sociales, políticos, de comportamiento del espectador ante las propuestas, ante los medios de expresión, ante la angustia de existir tan abordada por la contemporaneidad. Algunos de estos cambios han constituido un avance y en otros aspectos, después de una especie de situación de evolución, ha venido el proceso contrario, retroceso o involución; y hemos vuelto a lo mismo, o aún peor: una situación que podría llamar una especie de “fantasía de la repetición”. Una especie de situación en la que se da lo mismo pero no lo igual. Esto con respecto al espacio contemporáneo, experimental o de investigación, por ejemplo. Aquí ahora hay una generación de 20, 30 años muy conservadora. En ese terreno pareciera que siempre partimos de cero.
Pareció en un momento que ciertos temas estaban zanjados respecto de la autoría, del texto dramático literario y la escritura escénica, de la diversificación de los espacio de representación, intertextualidad, multidisciplinareidad, etc. Parecía que la porosidad de lo escénico respecto de la filosofía y el pensamiento deconstructivo, el desarrollo en música, pintura, artes visuales y tecnología hacían posible que ciertas cuestiones ya no se pudieran volver a plantear de una cierta manera, no se pusieran en cuestión de esa manera, al menos no ya más desde ciertos lugares reaccionarios como por ejemplo la insistente búsqueda de la supremacía del texto escrito sobre la representación. Parecía que los amantes de la muerte y el dogmatismo estaban definitivamente “contestados”. Pero ‒como ya digo‒ también parece que cada nuevo tramo generacional debiera hacer de nuevo todo el recorrido o que efectivamente la comunidad artística se fragmenta en grupos que continúan sin mezclarse, sin entenderse ni atenderse por las vías abiertas por sus predecesores, ejecutando su propia evolución exclusiva, así cada quien por su cuenta. Hoy en pintura y en otras artes es incuestionable cierto tipo de expresión, pero en escena se sigue diciendo “no, eso no es teatro… y esto sí lo es”. Es cierto que el avance en instalaciones, reconocimiento de la profesión, en su inclusión en la vida social ahora como opción profesional es obvia pero no siempre de una manera interesante.
También el avance tecnológico creó un tipo de expectativas expresivas; pero no es suficiente, sino todo lo contrario. A veces es peor, ya que crea una relación con el capital directa e inalterable, con propuestas que sólo buscan el reconocimiento en una sociedad de consumo y pierde todo poder transformador de los que participan en el proceso y menos aún en los “otros”, y así el teatro es ‒como el resto‒ pura mercancía.

I.D.: ¿En qué aspectos se ha avanzado desde entonces?

S.M.: Repito que por lo que yo he vivido el avance está claro respecto de las instalaciones, espacios de exhibición, medios, formas de dar cuenta, noticia de lo que se hace…En mis comienzos y aún en los 90 hacíamos teatro cuando era imposible grabar una función. Hacer fotos costaba una pasta; la imprenta se llevaba un pico del presupuesto y bueno, claro que no había móviles, por supuesto… y salir de gira y no saber cuándo o cómo llegarían los de la furgoneta añadía no pocos problemas a la distribución y al montaje y al acabado en sala de las piezas antes de su exhibición. Muchas, muchas cuestiones que hoy suenan o ya son anecdóticas han cambiado parece que para mejor. En cualquier caso producen otros efectos… Y ni te cuento de usar medios audiovisuales en escena, ¡era impensable! Aunque después puedes ver que eso es útil sólo cuando demuestra que lo es ¿me explico? Nada vale nada por sí mismo en arte escénico: es el uso que se le da y a veces incluso la resistencia o la negación a usar eso lo que cuenta, y no sólo, no por obstinación, sino para contar algo con esa renuncia que cobra un sentido de relación entre la vida y el arte… y más aún por ejemplo el tema de reciclado. Este asunto va calando en la concepción de cómo se plantean las escenografías. Y luego están los aspectos de formación, (o de deformación como los queramos llamar). Hay más lugares a los que poder dirigir las expectativas que entonces pero… ¿a qué entonces me refiero? Los 80, los 90, principios del 2000… porque cualquiera me puede contestar que no es para tanto y confeccionar un grafico rápido de lo poco que se ha avanzado en este sentido y lo mal. Pero bueno, cuando yo regreso ahora a Tenerife y veo vuestra escuela me parece genial, el asunto es lo que no ha cambiado. Ver eso, admitirlo y tener voluntad de colaboración para hacer algo. Ver qué es lo que tal vez la escuela y sus magnificas instalaciones no posibilita…
De todas formas me pregunto ¿qué es avanzar? Y más aún que es eso ¿sin objetivo? ¿Qué sería avanzar? No me es tan emocionante ni interesante la idea de avanzar…Se nos ha pegado eso de avanzar y no encontramos otra forma de hablar de lo que pasa más que en términos de un cierto tipo de manera de progreso que (ya está demostrado) no lleva a ninguna parte. Dios, el planeta es redondo y avanzar es volver al mismo lugar salvo que deambulemos y utilicemos los recorridos erráticos o nos esperen en un punto de partida. Claro, está la galaxia, sí es cierto… por ahí tal vez se pueda avanzar… progresar…
Parecemos sólo interesados en ser mejores que lo anterior, ya no se trata de cuestionar lo anterior, recibirlo como herencia, reestructurarlo en relación a nuestro presente. Sólo hay obsesión por ser mejor, mejor… y tal vez en ciertas cosas ya fueron mejores que nosotros “vanguardias de los 50 por ejemplo”, esos clásicos Kantor, Lorca y su teatro imposible… Se trata de cómo vivimos lo que nos toca vivir junto con esa herencia…

I.D.: Una vida dedicada de lleno a las artes escénicas merece hablar de muchas cosas. Seguro que guardas gratos recuerdos de muchos compañeros o profesores que han sido cruciales en tu formación. ¿Con quién has trabajado a lo largo de tu carrera?

S.M.: Con mucha gente, claro. No doy nombres porque dejar fuera a este o aquel me fastidia. Me formé de una manera ecléctica. No fui a escuela y tomaba cursos, seminarios, talleres, clases por todas partes: de voz, de danza, de dramaturgia, de interpretación… He trabajado con mucha gente y he aprendido de ellos y del entorno de esos encuentros; de otros que, como yo, estaban entonces en posición de alumnos y que ahora son actores o actrices o directores. Aprendía de sus comentarios y sus críticas a lo que nos enseñaban y de lo que me contaban que ellos querían hacer, no hay que desatender a nuestros compañeros y quedarnos enajenados con la presencia de las “figuras”… a nuestro lado puede haber alguien genial de quien aprender. Pero bueno, pienso que siempre he tenido una gran disposición para el aprendizaje que me ha permitido admitir muchas cosas desde muy joven, ser muy aventurera intelectualmente hablando.

I.D.: Háblanos de personas que hayan influido en tu manera de entender el proceso dramático.

S.M.: Por supuesto los de rango superior dejan huella: Boadella, para saber lo que no quería hacer; Panadero y Szubick, miembros de la compañía de Pina Bausch, mucho durante un tiempo y después, pasados los años, fueron muy útiles para aprender a luchar, a salir del poder alienante de las fascinación. Hay gente a la que admiras tanto y te influye tanto que te puede asfixiar. He luchado por encontrar mi propio camino y a la vez ser respetuosa y reconocer lo que he recibido de otros. Casi todo. Pero también hay gente más discreta, sin mucho éxito, poco conocida fuera del medio profesional de los que ahora daría nombre y no tendríais ni idea; personas que con su forma de estar, de dar clases, de tomar una cerveza después de las clases me han enseñado más que con técnicas, etc. He aprendido de los espectadores, de cualquiera en la posición de espectador escuchando lo que decían de mis trabajos o de otros. Me ha influenciado mucho la literatura, la teoría estética, el psicoanálisis, Kantor, Bacon (aunque era pintor), Adorno, Lacan… Gente que por fuera de lo escénico me ha dado una manera de pensar lo escénico particular.

C.Y.: Sara, ¿eres una actriz que escribe o una dramaturga que actúa?

S.M.: Soy una actriz que no actúa, una escritora que no publica, y una autora y directora de teatro que ejerce y vive de su profesión hace ya más de treinta años.

C.Y.: ¿Qué importancia te merece la provocación en el arte?

S.M.: No me interesa demasiado como actividad en sí misma; soy una persona amable a la que no le gusta molestar ni hacer creer a nadie que sé más o soy mejor. Mi provocación en todo caso es del orden de una interpelación de tipo intelectual, de pensamiento y que parece decir: «Usted sabe tanto como yo, usted siente tanto como yo, usted a nada que se esfuerce sabe de lo que pasa porque lo sufre también, así que ¿a qué estamos esperando para hacer algo? Primero cada quien consigo mismo y luego, cuando se pueda, juntos» Yo creo que eso es suficientemente provocador y que al espectador no pasa nada si se le trata bien…al revés hoy por hoy es más conmovedor, pienso.

C.Y.: ¿Cuál es el mecanismo del que te vales para la construcción de una nueva pieza teatral?

S.M.: La libre asociación de ideas, mis lecturas del momento, un equipo humano concreto con el que fantaseo. Comienzo anotando en un cuaderno pensamientos, citas, reflexiones, ideas sueltas, imágenes… A veces tienen un título desde un principio o aparece o varía después. En general puedo tener más de un cuaderno o archivo y según qué idea me surge tengo claro dónde debo colocarla. Luego me valgo, claro está, de mi propia existencia, que no es precisamente un mecanismo y que es lo que activa la cosa, el momento concreto en el que estoy y cómo eso se mezcla, entreteje, superpone, se doblega o se impone al equipo con el que voy a trabajar… que va haciendo el resto… siempre es una aventura… Ahora me gusta mucho que grupos concretos me inviten y asumir su particularidad y ver cómo eso se mezcla con mis propias inquietudes y qué es lo que sale de esa relación. Bueno, es un poco como navegar: te vales de ciertos conocimientos o más bien experiencia previa espacial, técnica, de las relaciones humanas pero cuando te pones a ello el aquí y el ahora es como el mar… tiene su propia vida y hay que adaptarse…

C.Y.: Durante el curso que hemos realizado contigo, hemos podido ver algunos de tus trabajos gracias a filmaciones y reproducciones audiovisuales, y en muchos de ellos yo he presenciado un cierto aire de humor, de hilaridad. ¿Qué lugar ocupa actualmente la risa en tu trabajo?

S.M.: Durante una época fue muy importante: era raro que hiciera un montaje sin humor, un cierto tipo de “humor” y algo que se confunde con el humor y que yo llamo “alegría”; pero luego fue desapareciendo y las piezas empezaron a ser muy serias… graves… Ahora vuelve aparecer de una manera amable, para suavizar. No es una risa ácida, critica ni hiriente, no es excesivamente irónica , es un juego más del lenguaje, de la mirada, es como una melancolía, incluso; un humor poético, podría decir… Es como una manera momentánea, fugaz, de construir un nosotros…

C.Y.: ¿Hay una línea poética inalterable en tu manera de hacer?

S.M.: No creo que pueda encontrarme respecto de este asunto a gusto con la palabra inalterable… Tampoco con la idea de la línea; preferiría hablar de círculos concéntricos que se expanden o se cierran sobre sí mismos hasta llegar a convertirse en un punto saturado y rodeado por un vacío. Prefiero hablar de una banda de Moebius en la que transito del fuera al dentro sin poder saltar al vacío, a la oscuridad en la que creo que existe algo que me espera… que aún me aguarda… tal vez una frase sólo mía, una palabra mía en la que por fin diga algo… Por supuesto que hay una poética… uso siempre el tema de la imposibilidad que hay en el lenguaje para la expresión completa cerrada de lo que queremos decir y eso es la poesía, ese decir imposible…

C.Y.: Muchos lenguajes de innovación escénica han surgido como resultado de una concepción política del hecho teatral. Pienso en casos como el Living Theatre, Erwin Piscator, cierto teatro de Brecht, etc. ¿Crees en la politización del teatro?

S.M.: El diccionario dice de la expresión “política” que es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados. Que es la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. La actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o de cualquier otro modo. En este sentido no hago mucho, pero si se trata de tomar la cosa, por ejemplo, como la plantea Anna Harent, que dice más o menos que la forma más política de proceder es ponerse en el lugar del otro, entonces mi trabajo es súper político. Pero vamos, que no es un asunto de proyección, sino de inducción. Desde el teatro siempre surge, emana algo que es político si es que se trata de verdadero teatro y no de mercancía. Siempre se construye un “nosotros” y eso es política. Siempre se trata de ideas que hacen pensar la posibilidad de reflexionar de otro y esto es tener en cuenta cómo piensa otro… Siempre surge otro modo de vivir, otro modo de construir lo real desde una verdad que emana de la escena, cuando es Teatro, un acontecimiento de pensamiento, insisto. Siempre se piensa con el otro que ha venido como invitado a participar del acontecimiento… Es un momento en el que lo real y lo verdadero aspiran a encontrarse, y eso siempre es político.

C.Y: ¿Crees que el teatro debe seguir existiendo? ¿Por qué?

S.M.: No es un deber, no me lo puedo plantear en términos de deber. En pleno S. XXI es una situación dada que sobrevive por cuenta propia como mercancía de intercambio. Es una especie de existencia del ocio más o menos elegante; se va al teatro como para hacer algo de rango superior. Al cine vas a entretenerte, a pasar el rato, a divertirte, y eso es genial, pero al teatro se va como con una posición de “boato” o de sacrificio que no le sienta muy bien pero que tampoco está mal del todo. Es cierto que se puede vivir sin teatro y que hay sociedades, culturas que no poseen teatro; y es cierto que hay un cierto tipo de teatro que a veces desaparece por completo y sólo hay representación y espectáculo –mercancía. Pero en el teatro se da una circunstancia de presentificación, de tiempo real simultáneo al escénico que no está en ninguna otra expresión artística, así colectiva. Eso no se puede perder porque ahí se mueven las ideas de otra manera y si ahí de verdad conseguimos que pase algo, eso afecta a la vida de los que lo comparten de una forma particular arcaica y yo diría que ahora ya cuasi mítica…

I.D.: Parece ser que estás preparando en la actualidad un libro con tus piezas dramáticas. ¿Cómo lo llevas? ¿Para cuándo saldrá a la luz? ¿Qué pretendes con él?

S.M.: Surgió de la necesidad de dar cuenta por escrito de ciertos trabajos escénicos, de escritura escénica que por ser piezas de este carácter y por el hecho de ser el teatro arte efímero por excelencia, se habían perdido por completo después de su “haber tenido lugar”. Y ahora con su reescritura (o más bien con la transcripción que hago en el libro y que da lugar a un nuevo texto) quedan fijadas de alguna manera para que se puedan ofrecer a los que ya nunca verán esos trabajos. En su día se hicieron directamente sobre la escena y de este modo me obligaba ahora a crear de nuevo mediante procesos del lenguaje una manera de narrar lo que sucedió que de alguna manera es una reinvención… Una tarea imposible pero una tarea… También incluyo piezas inéditas que no llegué a montar nunca. Creo que es fruto de un cierto momento “cronológico” una necesidad fruto de la madurez y de cerrar y pasar a otra cosa.

I.D.: ¿Cómo definirías tu experiencia con el grupo de dramaturgia de La Laguna, y el curso que realizaste con nosotros a principios de diciembre de 2010?

S.M.: Como muchas otras veces creo que son experiencias de aprendizaje más para mí que para los que acuden a conocerme, a saber de mí, porque a duras penas logro “exponerme”; aunque en esta ocasión, por la diversidad y juventud del grupo, lo intenté de manera intensa. Intenté poner en cuestión “las palabras” que se iban a utilizar: autor, texto, influencia, búsqueda para a partir de ahí hacer algo. No se trataba de reinventarlas sino de extraer el significado particular de ciertas palabras para cada quien de los que nos dábamos cita en ese momento ahí en La Laguna. Y el grupo me siguió como pudo, pero abandoné de golpe este asunto, y ya casi en la segunda sesión se convirtió en un taller de interpretación. Un poco más de lo mismo para algunos alumnos; en otros parece que hubo algo intenso, eso es muy valioso, es un regalo del azar. Creo que intenté una especie de shock pero luego se diluyó. Me quedé frustrada. Definiría la experiencia como… eso, desconcertante. Estaba maravillada con la escuela, con mi regreso a la isla después de muchos años y los cambios a los que me había preparado pero que me superaron. Me impactó la Laguna tan hermosa, discreta y viva; una ciudad que crea ansias de hacer. Y el carácter reposado del isleño… Otra forma de habitar el tiempo a la que hay que cogerle el pulso… Me devoró los días…
Lo definiría tristemente así como “frustrante” y, en el mejor de los casos, sólo desconcertante. Debo volver e intentarlo de nuevo.

I.D.: Y una última -malintencionada- ¿por qué no te entiendes con los canarios? ¿Por qué no te sientes cómoda?

S.M.: La isla construye un nosotros muy claro cuando se trata de la aparición del otro, de su llegada. A partir de ahí no es cómodo estar en ninguna parte. El grupo fue sincero conmigo y por eso también “arrogante”, “desafiante”, y eso es difícil de llevar. Hay una actitud de «a mí no me vas a convencer de nada» y algo de «¿Qué quieres tú de nosotros, eh?». Eso es muy isleño; la desconfianza… Lo volví a reconocer, a ver, palpar… El que sufre desconfianza sobre sí no está cómodo, se siente cuestionado. Hay un afuera y un dentro que hay que gestionar, un aquí y un allí específico de las islas diferente al de otros lugares, más radical, hermoso y salvaje que otros “aquí y allí”. Si voy a Córdoba hay un aquí y un allí también, pero nos sumergimos también en un “nosotros” y ese aquí y allí no es tan materico… Cuando nos hace falta para salir del paso, de una dificultad se usa ese nosotros y ya está. Algo que en la isla es más difícil; ese algo se vive de una forma particular, más que nada. En el terreno cultural está el que cree que viene de algo a un vacío y se equivoca. Es responsabilidad del canario demostrarle esa equivocación y lo hace, pero aún falta que lo haga construyendo su entidad creativa a base de memoria y de reconocimiento entre vosotros mismos. No es que no me entienda: es que entiendo demasiado pero no soy capaz en tan poco tiempo de demostrarlo y surge la frustración…Yo (me da vergüenza decirlo, que se tenga en cuenta) amo las islas. Las amé no sólo a través de su paisaje; las amé por su cultura, sus intelectuales, las palabras de sus autores y la pintura. La amé, a Tenerife, por ser la isla surrealista cuando llegué por primera vez y lo supe y pensé que yo estaba donde debía, allí, haciendo teatro en la isla surrealista y trepando los muros de la casa de Óscar Domínguez, y viajando por los Gigantes y bajando al sur y esperando a diario el momento en que el Teide se dejaba ver y…y…… puedo decir más… y más…y la gente cree que sabe algo de las Canarias, siempre se las imagina y cuando llega ahí se niega a verlas en lo real. Yo ya las veo siempre en lo real y las escucho y las conozco y las amo como a algo familiar… He conseguido crear un pensamiento que une mi imaginación que no renuncia a ella, con cierta realidad de las islas y siempre voy allí a aprender y no hay ni la más mínima falsedad en esto, siempre, de las personas y a veces más aún de los lugares. La isla es un texto. En Anaga le dije a Isabel que allí sentía la necesidad de callar porque tenía que escuchar ‒leer‒ lo que allí estaba escrito y estaba diciéndose… para todos… para mí en particular…

¿Incómoda? Claro, porque es un viaje que me cuestiona, que me interpela a un lugar que amo y necesito que me corresponda. Mucha tarea, chachos…