Esta semana los profesionales de la cultura canaria han sido testigos del amenazante recorte presupuestario que ha anunciado el Gobierno autonómico para el próximo año 2012, y que podría llegar a alcanzar un 65% de reducción de la inversión en el sector cultural de las islas. Y la verdad es que, visto así, la noticia no puede ser más desalentadora para un buen porcentaje de canarios (y otros) que nos dedicamos profesionalmente a la producción artística desde cualquiera de sus campos y manifestaciones, y en definitiva para el desarrollo cultural e intelectual de las islas. Las voces de alarma se disparan por todas las redes sociales, inmediatamente se crean consignas y pegatinas, hay a quien se le ocurre la brillante idea de resolver el problema organizando una gran cacerolada todas las mañanas por fuera del parlamento canario; los más ingenuos proponen “hacer cultura sin dinero”, otros hablan de innovación, y los representantes de cada sector artístico (empresarios, por supuesto) se reúnen con los políticos y redactan manifiestos de denuncias y de indignación.
La situación no puede ser más romántica y estupenda: por primera vez en la historia de Canarias todos los profesionales de la cultura están de acuerdo, se entienden, se soportan, y –por increíble que resulte- se defienden. Desde este pasado lunes todos los artistas de las islas somos auténticos compañeros, unidos y organizados férreamente para defender (nótese, por favor, la ironía) la identidad cultural de Canarias, el derecho de los pueblos a la cultura, y un largo etcétera de dignísimos principios que pocas veces he visto en las propuestas y trabajos artísticos de quienes ahora se rasgan las vestiduras. Está de más decir que estos encuentros y este hermanamiento de representantes y de artistas nunca tuvo lugar para denunciar hace ya algunos meses los recortes que se llevaron a cabo en sanidad en la comunidad autónoma canaria, y nunca nosotros, “profesionales de la cultura”, salimos en masa para sumarnos a los movimientos de indignación popular del pasado mayo en todo el territorio español, y qué decir del compromiso de nuestro gran colectivo de artistas –como colectivo, insisto- por la situación de la educación en Canarias y por la pésima actuación de la Consejería de Educación. Mejor ni hablemos de Libia, Afganistán o Palestina. En definitiva: jamás la organización y movilización con la que ahora pretendemos denunciar la situación crítica de nuestra profesión estuvo al servicio de ninguna otra causa social que estuviera en riesgo aún para nosotros mismos, como es la sanidad y la educación, de la que dependemos en buen grado para el exitoso desarrollo de nuestra profesión. Pero ahora nos ha llegado a nosotros, al sector de la cultura, y no queda más remedio que recordar aquellos supuestos versos de Bertold Brecht: Primero vinieron a por los comunistas, / y yo no hablé porque no era comunista. / Después vinieron a por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. / Después vinieron a por los católicos, / y yo no hablé porque era protestante. / Ahora vienen a por mí, / pero ya es demasiado tarde.
El problema es mucho mayor de lo que se está comentando en los corrillos y círculos artísticos, y es muy anterior a la crisis y a los inevitables recortes que ésta ha traído consigo. No olvidemos que -bien mirado-, somos un sector privilegiado que hemos visto peligrar nuestros intereses laborales después de varios años de crisis (que empezó en el 2008) y mucho después de que infinitos sectores de profesionales hayan perdido descaradamente sus derechos y sus puestos de trabajo en este tiempo; pongo por caso dos sectores severamente afectados: el de la construcción y el del turismo, entre tantos otros, y que en Canarias ha dejado al descubierto a familias enteras. Así que será cuestión de mostrar un poco de cautela a la hora de denunciar problemas que nunca nos preocuparon cuando pasaban en la casa del vecino.
Pero esto no es todo, porque para más inri, la situación actual del sector cultural en Canarias vendría a ser una más de las tantas contradicciones propias del sistema capitalista en el que vivimos. Intentaré extenderme en este punto para llegar a ciertas conclusiones que puedan abrir caminos de debate (les animo a ello) sobre estos temas que ahora nos afectan, y porque yo también ando estos días reflexionando mucho sobre el tema e intentando encontrar causas y consecuencias de estas decisiones políticas y artísticas que estamos tomando unos y otros. Es necesario recordar en este punto que la mercantilización del arte, la cosificación de la producción cultural, es el resultado de la actitud del sistema capitalista frente al arte mismo, recurriendo a los beneficios económicos que genera, y reflejando por tanto en cada obra el espíritu y la ideología de quienes generan ese arte. Evidentemente, quien tiene la posibilidad de invertir en el arte es la burguesía, por tener consigo el capital necesario para afrontar los gastos de los proyectos culturales que se propone, y de los que sacará rendimiento absoluto, imprimiendo de paso, sus hábitos y sus costumbres, o lo que es lo mismo, su pensamiento de clase. Es decir, que el arte que hemos venido haciendo hasta ahora (lo que llamamos “cultura de Canarias”) no es más que una reproducción de las inquietudes de la burguesía canaria que paga nuestro arte, y por tanto nuestro arte, esta cosa que hemos venido haciendo durante todos estos años y a la cual muchos han entregado neciamente las mejores horas de su vida, no refleja en modo alguno la realidad social, política y económica de la sociedad que sustenta nuestras producciones artísticas y para la que hubiéramos debido trabajar seriamente y con el respeto que merecen. De modo que a medida que nos alejábamos de la sociedad, a medida que nos volvíamos exquisitos especialistas y críticos consagrados que jugábamos a hacer nuestro arte para nadie (porque ‒como ya he sugerido‒ ni siquiera entre nosotros nos apoyábamos), un arte desligado del empleado, de la joven universitaria, del ama de casa, del obrero de la construcción, del frutero del centro comercial, pero muy interesante –eso sí‒ para los señoritos de las grandes ciudades y para los concejales de cultura en las raras ocasiones en las que éstos hacían acto de presencia; a medida que pasaba todo esto, como digo, nos hemos quedado solos en la profesión, y tan solos que la carroña empresarial y las exigencias del mercado acabaron por echar por tierra los pocos lazos de humanidad y de respeto que había entre nosotros. Se formó de esta manera una jerarquía dentro de nuestro sector con muchos privilegios para quienes estuvieran de acuerdo con las líneas ideológicas de la política de turno, con inestimables lazos de amiguismo y lacayismo, y es así cómo unos han venido gobernando sobre otros descaradamente, haciéndose las competencias más sucias, desluciendo el rigor de la cultura, y dando como resultado o bien un arte aburguesado, elitista, intelectualoide y pretensiosamente europeísta (en aras de la más rabiosa modernidad); o bien un arte sensacionalista, de asqueroso entretenimiento, populista hasta la risa e insincero. Faltaría por añadir a todo este atropello el arte bien hecho, la pièce bien faite, que en términos estéticos y espectaculares resultan de lo más aplaudidas, pero que en toda su parafernalia estructural no hay un ápice de interés o de modesta actualidad en lo que muestra y por tanto su repercusión como contenido artístico en la sociedad que lo sustenta no tiene ninguna trascendencia.
En cualquiera de los tres casos, estamos hablando de un arte descomprometido con las clases sociales a las que verdaderamente tuvimos que haber atendido, creando un público que, de haberlo hecho bien, ahora estarían haciendo presión con nosotros en la calle para denunciar esos recortes que nos afectan, porque acabarían asimilando como suyos estos problemas que ahora debemos comernos solos. Pero el sistema nos enseñó a hacer todo lo contrario. Nos alejamos y nos pusimos en contra de quienes eran y son nuestro verdadero apoyo y nuestra verdadera causa. El pensamiento burgués que pretende hacer del arte un movimiento de expresión apolítica ha ganado tanta fuerza que incluso aparece con toda claridad (y sin el menor pudor) en el manifiesto de los artistas canarios que ya ha salido a la luz para denunciar tales recortes en el presupuesto a la cultura para el próximo año. Dicho texto dice explícitamente: «La cultura (…) tiene que ser apoyada […] con independencia de cualquier signo ideológico, político y partidista». He aquí una de las contradicciones más absurdas del manifiesto y que, como principio, juega absolutamente en contra de los intereses que defiende. ¿Cómo es posible que los profesionales de la cultura queramos desligar el componente socio-político de nuestra profesión, toda vez que ésta pretende analizar, profundizar y hacernos más libres como sociedades organizadas? ¿Cómo se traga que un colectivo de artistas que hemos venido practicando un arte exclusivamente burgués (salvo tan contadas excepciones que estadísticamente es insignificante y cuyos representantes de estas excepciones probablemente no han firmado lógicamente ese manifiesto), es decir, tremendamente ideologizado en una conciencia de clase concreta, la buguesa, cometa la insolencia de decir que su concepto de la cultura es apolítico? ¿Es que, acaso, haciendo arte exclusivo para la minoría que puede pagar el costo de la entrada no estamos discriminando el arte y reduciéndolo para lujo de unos pocos y, por tanto, haciendo auténtica política? ¿Y no es absolutamente arte político todo espectáculo que depende de la decisión del concejal de cultura para poder llevarlo a cabo en un municipio, considerando que los privilegios de nuestros políticos los ha alejado de la realidad cotidiana? Y finalmente, ¿a qué solicitar a la clase política «que no instrumentalice políticamente nuestros proyectos de cara a las próximas elecciones de 2011» si hemos sido nosotros mismos con nuestros proyectos quienes hemos politizado al servicio de los ganadores políticos de siempre y durante todos estos años el arte que realizamos?
Todas estas contradicciones vienen a demostrar, en mi opinión, la inestabilidad y las debilidades internas de nuestro colectivo de artistas y sus preocupaciones puramente económicas, de lo que deduzco que es un movimiento encabezado principalmente por capitalistas de la cultura canaria, por los inversores de las artes escénicas y musicales, que arrastran a su vez a todos sus empleados y asalariados, instigándoles a sentirse igual de traicionados por las decisiones políticas y los recortes de las administraciones; todo esto en nombre de la santísima “industria cultural” de Canarias. Esto nos lleva a pensar hasta qué punto debemos apoyar este movimiento de indignación exclusivamente empresarial (al menos al colectivo que se ha encargado de escribir el manifiesto sin publicar, por cierto, los nombres de sus autores), que ni tiene en cuenta los efectos generales del recorte en los circuitos amateurs, ‒si es que acaso consideran que los grupos y entidades aficionadas promueven la cultura en gran medida y en espacios públicos a donde nunca podrán llegar sus producciones artísticas, creando a su vez un buen porcentaje de público del que luego ellos se benefician‒, ni ofrecen otra propuesta más injusta e indigna que la de la meritocracia, a juzgar por los baremos que consideran necesarios para la adjudicación de las subvenciones: «formación, trayectoria y experiencia de los profesionales», es decir, que piden justo lo que una de las comunidades autónomas con mayor retroceso cultural y menor profesionalización artística de todo el estado español no puede ofrecer, y además «la proyección de nuestros artistas», es decir, aquellos que han tenido la posibilidad y la suerte de ser reconocidos fuera del ámbito autonómico.
Por último, tengo la sensación de que en todo este cambalache los que saldremos verdaderamente afectados somos los que ni nos beneficiamos de las subvenciones gubernamentales y autonómicas antes del recorte, ni mucho menos lo vamos a hacer después de él, evidentemente. Así que en mi caso las cosas van a seguir siendo exactamente iguales, si no peor, que es lo que toca. Por suerte no es algo que a estas alturas del cuento me amilane, pero tengo la sensación de que no somos pocos los que estamos siendo víctimas de los intereses de unos cuantos, por encima de la indignación que todos sentimos ante estas drásticas decisiones presupuestarias. Cabría discutir si todos estos factores que venimos analizando hasta aquí serían motivos justificados para explicarnos los recortes que hoy se le presentan al futuro de la cultura canaria, además ‒claro está‒ de la archiconocida incompetencia e ineptitud política y el retroceso social, económico e intelectual que ha sufrido Canarias en su terrible condición colonial de paraíso reducido a sol y playa. Sí, no se equivoquen, estoy insinuando soslayadamente la posibilidad de que todo esto que ahora nos pasa, a lo mejor nos lo merecemos.
En cualquier caso yo espero, de todo corazón, que estas situaciones que ahora vivimos sirvan para tomar conciencia de nuestra verdadera lucha en el arte, para poner al servicio de la sociedad y no contra ella los mecanismos de sensibilización y emancipación de nuestras profesiones artísticas, y para saber distinguir a los verdugos de las víctimas, ahora que todos hemos vuelto ¡ay, de mí! a ser amigos y compañeros del oficio.