miércoles, 17 de febrero de 2010

Alicia, una novela de maravilla.

Es la una y cuarto del mediodía de este jueves de aguacero vallejiano, y por increíble que parezca aún estoy postrado en mi cama. No es apoltronamiento gratuito, no; ni siquiera se trata de ese desánimo tan común que descubro en muchos rostros a veces. La culpable de este retraso en el orden de las cosas del día ha sido -era de esperar- una novela: Alice's adventures in Wonderland.
La empecé esta mañana después de que una amiga mía la arrancara de los volúmenes de su interesante biblioteca este fin de semana para ofrecérmela sin cortapisa alguna. Traigo entre manos la confección de una pieza teatral inspirada en esta novela de Caroll y necesitaba lógicamente conocer el original del que quiero partir. Yo no había leído este obra nunca, a pesar de que su contenido lo conozca más o menos tergiversado a través de la versión que Disney hizo en 1951. Pude haber leido la historia en alguna edición de literatura infantil de ésas que acortan inútilmente el argumento, y que inundan de ilustraciones feísimas el texto, pero ya no lo recuerdo. ("¿Para qué sirve un libro sin ilustraciones ni diálogos?", se pregunta Alicia en la novela) También hace tres semanas estuve en el musical que Clapso Producciones (compañía de Gran Canaria) trajo al Auditorio del Sauzal y que estaba inspirado precisamente en la novela. No estuvo nada mal, aunque me sigue pareciendo que la música tenía que ser original. Cuestión de gustos.
Por todo esto -y tal vez por mi impertinente curiosidad insaciable- yo tenía nociones muy vagas de Alicia, de la oruga azul, del Lirón, del sombrerero, del perro gigante, del conejo ansioso, de la Reina caprichosa, del cortejo de naipes, de la duquesa fea y picante, de las rosas blancas pintadas de rojo (esto último lo creía una invención de Disney), del gato sonriente y hasta de la presunta "fijación" de Lewis Carroll por las niñas, todo sea dicho. Y debo confesar que la novela me ha resultado sorprendentemente inteligente, como debe ser todo texto literario infantil y juvenil: con referencias históricas, con infinitos juegos de palabras, con adinivinanzas, con lo fabuloso del mundo animal, con la rebeldía de los niños, con la moraleja del error, con la alegría de la buena y sana y pura literatura.
El caso es que no sólo me ha gustado sino que me ha ayudado a perfilar las difusas ideas que tenía sobre el texto dramático que preparo. Por lo general cuando se trabaja sobre un texto ya establecido o a partir de él, sólo tienes que hacer una selección de los puntos que resulten interesantes para la acción, los personajes o su psicología. Sólo hay que subrayar en el original las frases necesarias para recordarlas luego durante su reformulación. A mí se me ocurrió un título para la obra: Un país llamado Alicia. Y creo que viene muy al caso de lo que quiero contar en la obra: tres hermanas -mantengo la deslealtad al original en este caso, puesto que Alicia tiene una sola hermana) se reúnen después de muchos años para visitar a la menor de ellas, que está ingresada en el hospital. Alicia es esa menor aunque ronda los cuarenta años. Está enferma. Sufre esquizofrenia. De este modo, a medida que avance el tempus de la obra, la mujer enferma irá descubriendo el mundo que le presenta su trastrono mental crónico y la consecuente alteración de la realidad. Los días se suceden en un mundo de imágenes grotescas, de personajes irreales, de conversaciones imposibles y fantasiosas. Las hermanas descubren, según los diagnósticos clínicos, que se trata de la consecuencia del consumo de drogas durante más de una treintena de años. Nadie da crédito a la noticia.
Bueno, esto es un primer borrador que podría ir modificándose si usted, querido lector, lo tiene a bien y le parece insuficiente mi tesis. Le invito a que me ayude a volar, como le invito también a que lea la novelita de Charles L. Dodgson, o por mejor decir, Lewis Carroll.
Se me antoja que Alicia en el país de las maravillas es una lectura perfecta para una noche íntima de deliciosa marihuana.