jueves, 7 de abril de 2011

Un humor de pajaritas: Les Luthiers.

Anoche fui invitado por mi amiga Nazaret Yanes a presenciar el último espectáculo de Les Luthiers en el Auditorio de Santa Cruz de Tenerife y, como comprenderán, no dudé ni un momento en acompañarla. Los argentinos subieron a escena Los premios Mastropiero, espectáculo que sedujo a todos los asistentes que allí estábamos por su habitual manera de jugar con el lenguaje, por su destreza musical, por su escuetísima puesta en escena y por ese humor de gigantes proporciones que ha acabado por volverse un arma peligrosa contra poderes e imperios. También por la mala leche del espectáculo, que consiste en regalarse premios por su trayectoria artística, recordando viejos números del grupo, y al mismo tiempo, poniendo a parir la corrupción oficialista y oportunista de los premios culturales, los reconocimientos previamente pagados y la corrupción incesante de los jurados que deciden los galardones. Todo un espectáculo, sin duda.

Allí estaban aquellos cinco dioses del humor embutidos en sus eternos esmoquins blanquinegros, ahorcados durante casi dos horas por crueles pajaritas, y llevando y trayendo a escena todo tipo de aparatos deslumbrantes, artilugios de museo, instrumentos imposibles aparentemente ridículos pero de hermosas sonoridades y timbres inauditos. Me recordaban por sus acciones y sus pintas a los hombrecitos amargados y simpáticos que Quino dibujara tantas veces en su vida.

Junto a tanta mecánica de laboratorio sonoro, se destacaba un ingenio prodigioso y una voluntad suprema del lenguaje: las metáforas, los juegos de palabras, los dobles sentidos, las repeticiones, las intertextualidades, las dislexias y las hipérboles eran algunos de los ingredientes fundamentales de aquel festín. Del resto, preciosismo escénico y diálogos perfectamente construidos, mediante unos personajes tan diversos como coloristas, pero siempre (sorprendentemente) en una inexplicable línea de elegancia y talento, raramente común por estas tierras, donde la grosería insulsa ha acabado por implantarse como síntoma de la risa. Descubrí también un compromiso ideológico mucho más hondo que en otras ocasiones, por ejemplo cuando los fui a ver, también aquí en la isla, hace ya algunos años, con otro de sus grandes espectáculos, Bromato de armonio. Ahora me parecían más ácidos que nunca, arremetiendo sin miedo contra temas de verdadera importancia como el FMI, la CIA, el soborno empresarial, la lucha de clases, etc. No sé por qué razón me dio por pensar -y espero no llevarme a engaño- que la revolución que se está dando desde hace ya unos años en América Latina ha tenido que ver en esta actitud de Les Luthiers.

Mientras Nazaret y yo veíamos el espectáculo -admirados de tanto ingenio musical y literario- recordé especialmente -siempre me sucede- a mi padre, que fue quien me regaló el derecho a escucharlos gracias a su colección de compacdises. Y es que sus carátulas mostraban una maraña de aparatos industriales y en su interior se desplegaba el listado de títulos de las canciones: La gallina dijo eureka, Miss Lilly Higgins Sings Shimmy In Mississippi´s Spring, o Chacarera del ácido lisérgico. Como comprenderán, mi aturdimiento no era para menos.

Anoche seguía aturdido por más razones que en aquellos años que empecé a escucharlos. Y como yo, el incontable patio de butacas que se levantó para ovacionar a los artistas. Los aplausos del final amenazaban con echar por tiera el gigante techo del auditorio, y los cinco granujas agradecieron con su característica simpatía. Al verlos marcharse, le comenté a una deslumbrada Nazaret: "Tengo la sensación de que los estoy viendo por última vez". Ahora que escribo estas líneas espero, de todo corazón, equivocarme.