jueves, 10 de marzo de 2011

Sara Molina, una mujer de teatro.


Entrevista realizada por Isabel Delgado y César Yanes.

Dedicada de lleno a la investigación de las artes escénicas, en constante descubrimiento de nuevos lenguajes teatrales desde hace casi treinta años, la dramaturga Sara Molina (Jaén, 1958) visitó nuestro Taller Permanente de Dramaturgia a principios de diciembre de 2010. No era la primera vez que aterrizaba en Tenerife, pero esta vez vino para impartir un curso de narratología dramática y para ‒de paso‒ saldar una deuda con la isla: una piedra del Teide que tomó prestada años atrás y que tuvo a bien devolvernos. Por despiste, la piedra quedó en Granada, donde nuestra colega vive en la actualidad como profesora de la Universidad y directora de varias compañías de teatro, pero ella no dudó en venirse y compartir con nosotros unas intensas jornadas teatrales donde pudimos conocerla un poco más. Aprovechando que estaba entre nosotros, le formulamos una serie de preguntas para indagar en su carrera, sus recuerdos y su amor por el trabajo. Así es Sara Molina y así ha querido ella que la conociésemos.

I.D.: Sara, sabemos que el proceso histórico del teatro desde hace treinta años hasta la actualidad merece ser analizado con lupa para descubrir las evoluciones, los cambios o las transformaciones que han propiciado un avance en todo tipo de materia escénica. Respecto a ti, ¿cómo has presenciado ese cambio de la escena teatral desde aquellos años en que comenzaste hasta la actualidad?

S.M.: Es muy difícil hablar de esto. Son cerca de treinta años y es algo muy diferente lo que ha pasado en el sur desde entonces respecto de Cataluña, Madrid o el resto del territorio escénico. Pero bueno, abriendo el plano y diciendo generalidades respecto del “estado de las cosas” podría decir que sí, que claro que los cambios efectivamente han sido muchos, paralelos a los sociales, políticos, de comportamiento del espectador ante las propuestas, ante los medios de expresión, ante la angustia de existir tan abordada por la contemporaneidad. Algunos de estos cambios han constituido un avance y en otros aspectos, después de una especie de situación de evolución, ha venido el proceso contrario, retroceso o involución; y hemos vuelto a lo mismo, o aún peor: una situación que podría llamar una especie de “fantasía de la repetición”. Una especie de situación en la que se da lo mismo pero no lo igual. Esto con respecto al espacio contemporáneo, experimental o de investigación, por ejemplo. Aquí ahora hay una generación de 20, 30 años muy conservadora. En ese terreno pareciera que siempre partimos de cero.
Pareció en un momento que ciertos temas estaban zanjados respecto de la autoría, del texto dramático literario y la escritura escénica, de la diversificación de los espacio de representación, intertextualidad, multidisciplinareidad, etc. Parecía que la porosidad de lo escénico respecto de la filosofía y el pensamiento deconstructivo, el desarrollo en música, pintura, artes visuales y tecnología hacían posible que ciertas cuestiones ya no se pudieran volver a plantear de una cierta manera, no se pusieran en cuestión de esa manera, al menos no ya más desde ciertos lugares reaccionarios como por ejemplo la insistente búsqueda de la supremacía del texto escrito sobre la representación. Parecía que los amantes de la muerte y el dogmatismo estaban definitivamente “contestados”. Pero ‒como ya digo‒ también parece que cada nuevo tramo generacional debiera hacer de nuevo todo el recorrido o que efectivamente la comunidad artística se fragmenta en grupos que continúan sin mezclarse, sin entenderse ni atenderse por las vías abiertas por sus predecesores, ejecutando su propia evolución exclusiva, así cada quien por su cuenta. Hoy en pintura y en otras artes es incuestionable cierto tipo de expresión, pero en escena se sigue diciendo “no, eso no es teatro… y esto sí lo es”. Es cierto que el avance en instalaciones, reconocimiento de la profesión, en su inclusión en la vida social ahora como opción profesional es obvia pero no siempre de una manera interesante.
También el avance tecnológico creó un tipo de expectativas expresivas; pero no es suficiente, sino todo lo contrario. A veces es peor, ya que crea una relación con el capital directa e inalterable, con propuestas que sólo buscan el reconocimiento en una sociedad de consumo y pierde todo poder transformador de los que participan en el proceso y menos aún en los “otros”, y así el teatro es ‒como el resto‒ pura mercancía.

I.D.: ¿En qué aspectos se ha avanzado desde entonces?

S.M.: Repito que por lo que yo he vivido el avance está claro respecto de las instalaciones, espacios de exhibición, medios, formas de dar cuenta, noticia de lo que se hace…En mis comienzos y aún en los 90 hacíamos teatro cuando era imposible grabar una función. Hacer fotos costaba una pasta; la imprenta se llevaba un pico del presupuesto y bueno, claro que no había móviles, por supuesto… y salir de gira y no saber cuándo o cómo llegarían los de la furgoneta añadía no pocos problemas a la distribución y al montaje y al acabado en sala de las piezas antes de su exhibición. Muchas, muchas cuestiones que hoy suenan o ya son anecdóticas han cambiado parece que para mejor. En cualquier caso producen otros efectos… Y ni te cuento de usar medios audiovisuales en escena, ¡era impensable! Aunque después puedes ver que eso es útil sólo cuando demuestra que lo es ¿me explico? Nada vale nada por sí mismo en arte escénico: es el uso que se le da y a veces incluso la resistencia o la negación a usar eso lo que cuenta, y no sólo, no por obstinación, sino para contar algo con esa renuncia que cobra un sentido de relación entre la vida y el arte… y más aún por ejemplo el tema de reciclado. Este asunto va calando en la concepción de cómo se plantean las escenografías. Y luego están los aspectos de formación, (o de deformación como los queramos llamar). Hay más lugares a los que poder dirigir las expectativas que entonces pero… ¿a qué entonces me refiero? Los 80, los 90, principios del 2000… porque cualquiera me puede contestar que no es para tanto y confeccionar un grafico rápido de lo poco que se ha avanzado en este sentido y lo mal. Pero bueno, cuando yo regreso ahora a Tenerife y veo vuestra escuela me parece genial, el asunto es lo que no ha cambiado. Ver eso, admitirlo y tener voluntad de colaboración para hacer algo. Ver qué es lo que tal vez la escuela y sus magnificas instalaciones no posibilita…
De todas formas me pregunto ¿qué es avanzar? Y más aún que es eso ¿sin objetivo? ¿Qué sería avanzar? No me es tan emocionante ni interesante la idea de avanzar…Se nos ha pegado eso de avanzar y no encontramos otra forma de hablar de lo que pasa más que en términos de un cierto tipo de manera de progreso que (ya está demostrado) no lleva a ninguna parte. Dios, el planeta es redondo y avanzar es volver al mismo lugar salvo que deambulemos y utilicemos los recorridos erráticos o nos esperen en un punto de partida. Claro, está la galaxia, sí es cierto… por ahí tal vez se pueda avanzar… progresar…
Parecemos sólo interesados en ser mejores que lo anterior, ya no se trata de cuestionar lo anterior, recibirlo como herencia, reestructurarlo en relación a nuestro presente. Sólo hay obsesión por ser mejor, mejor… y tal vez en ciertas cosas ya fueron mejores que nosotros “vanguardias de los 50 por ejemplo”, esos clásicos Kantor, Lorca y su teatro imposible… Se trata de cómo vivimos lo que nos toca vivir junto con esa herencia…

I.D.: Una vida dedicada de lleno a las artes escénicas merece hablar de muchas cosas. Seguro que guardas gratos recuerdos de muchos compañeros o profesores que han sido cruciales en tu formación. ¿Con quién has trabajado a lo largo de tu carrera?

S.M.: Con mucha gente, claro. No doy nombres porque dejar fuera a este o aquel me fastidia. Me formé de una manera ecléctica. No fui a escuela y tomaba cursos, seminarios, talleres, clases por todas partes: de voz, de danza, de dramaturgia, de interpretación… He trabajado con mucha gente y he aprendido de ellos y del entorno de esos encuentros; de otros que, como yo, estaban entonces en posición de alumnos y que ahora son actores o actrices o directores. Aprendía de sus comentarios y sus críticas a lo que nos enseñaban y de lo que me contaban que ellos querían hacer, no hay que desatender a nuestros compañeros y quedarnos enajenados con la presencia de las “figuras”… a nuestro lado puede haber alguien genial de quien aprender. Pero bueno, pienso que siempre he tenido una gran disposición para el aprendizaje que me ha permitido admitir muchas cosas desde muy joven, ser muy aventurera intelectualmente hablando.

I.D.: Háblanos de personas que hayan influido en tu manera de entender el proceso dramático.

S.M.: Por supuesto los de rango superior dejan huella: Boadella, para saber lo que no quería hacer; Panadero y Szubick, miembros de la compañía de Pina Bausch, mucho durante un tiempo y después, pasados los años, fueron muy útiles para aprender a luchar, a salir del poder alienante de las fascinación. Hay gente a la que admiras tanto y te influye tanto que te puede asfixiar. He luchado por encontrar mi propio camino y a la vez ser respetuosa y reconocer lo que he recibido de otros. Casi todo. Pero también hay gente más discreta, sin mucho éxito, poco conocida fuera del medio profesional de los que ahora daría nombre y no tendríais ni idea; personas que con su forma de estar, de dar clases, de tomar una cerveza después de las clases me han enseñado más que con técnicas, etc. He aprendido de los espectadores, de cualquiera en la posición de espectador escuchando lo que decían de mis trabajos o de otros. Me ha influenciado mucho la literatura, la teoría estética, el psicoanálisis, Kantor, Bacon (aunque era pintor), Adorno, Lacan… Gente que por fuera de lo escénico me ha dado una manera de pensar lo escénico particular.

C.Y.: Sara, ¿eres una actriz que escribe o una dramaturga que actúa?

S.M.: Soy una actriz que no actúa, una escritora que no publica, y una autora y directora de teatro que ejerce y vive de su profesión hace ya más de treinta años.

C.Y.: ¿Qué importancia te merece la provocación en el arte?

S.M.: No me interesa demasiado como actividad en sí misma; soy una persona amable a la que no le gusta molestar ni hacer creer a nadie que sé más o soy mejor. Mi provocación en todo caso es del orden de una interpelación de tipo intelectual, de pensamiento y que parece decir: «Usted sabe tanto como yo, usted siente tanto como yo, usted a nada que se esfuerce sabe de lo que pasa porque lo sufre también, así que ¿a qué estamos esperando para hacer algo? Primero cada quien consigo mismo y luego, cuando se pueda, juntos» Yo creo que eso es suficientemente provocador y que al espectador no pasa nada si se le trata bien…al revés hoy por hoy es más conmovedor, pienso.

C.Y.: ¿Cuál es el mecanismo del que te vales para la construcción de una nueva pieza teatral?

S.M.: La libre asociación de ideas, mis lecturas del momento, un equipo humano concreto con el que fantaseo. Comienzo anotando en un cuaderno pensamientos, citas, reflexiones, ideas sueltas, imágenes… A veces tienen un título desde un principio o aparece o varía después. En general puedo tener más de un cuaderno o archivo y según qué idea me surge tengo claro dónde debo colocarla. Luego me valgo, claro está, de mi propia existencia, que no es precisamente un mecanismo y que es lo que activa la cosa, el momento concreto en el que estoy y cómo eso se mezcla, entreteje, superpone, se doblega o se impone al equipo con el que voy a trabajar… que va haciendo el resto… siempre es una aventura… Ahora me gusta mucho que grupos concretos me inviten y asumir su particularidad y ver cómo eso se mezcla con mis propias inquietudes y qué es lo que sale de esa relación. Bueno, es un poco como navegar: te vales de ciertos conocimientos o más bien experiencia previa espacial, técnica, de las relaciones humanas pero cuando te pones a ello el aquí y el ahora es como el mar… tiene su propia vida y hay que adaptarse…

C.Y.: Durante el curso que hemos realizado contigo, hemos podido ver algunos de tus trabajos gracias a filmaciones y reproducciones audiovisuales, y en muchos de ellos yo he presenciado un cierto aire de humor, de hilaridad. ¿Qué lugar ocupa actualmente la risa en tu trabajo?

S.M.: Durante una época fue muy importante: era raro que hiciera un montaje sin humor, un cierto tipo de “humor” y algo que se confunde con el humor y que yo llamo “alegría”; pero luego fue desapareciendo y las piezas empezaron a ser muy serias… graves… Ahora vuelve aparecer de una manera amable, para suavizar. No es una risa ácida, critica ni hiriente, no es excesivamente irónica , es un juego más del lenguaje, de la mirada, es como una melancolía, incluso; un humor poético, podría decir… Es como una manera momentánea, fugaz, de construir un nosotros…

C.Y.: ¿Hay una línea poética inalterable en tu manera de hacer?

S.M.: No creo que pueda encontrarme respecto de este asunto a gusto con la palabra inalterable… Tampoco con la idea de la línea; preferiría hablar de círculos concéntricos que se expanden o se cierran sobre sí mismos hasta llegar a convertirse en un punto saturado y rodeado por un vacío. Prefiero hablar de una banda de Moebius en la que transito del fuera al dentro sin poder saltar al vacío, a la oscuridad en la que creo que existe algo que me espera… que aún me aguarda… tal vez una frase sólo mía, una palabra mía en la que por fin diga algo… Por supuesto que hay una poética… uso siempre el tema de la imposibilidad que hay en el lenguaje para la expresión completa cerrada de lo que queremos decir y eso es la poesía, ese decir imposible…

C.Y.: Muchos lenguajes de innovación escénica han surgido como resultado de una concepción política del hecho teatral. Pienso en casos como el Living Theatre, Erwin Piscator, cierto teatro de Brecht, etc. ¿Crees en la politización del teatro?

S.M.: El diccionario dice de la expresión “política” que es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados. Que es la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. La actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o de cualquier otro modo. En este sentido no hago mucho, pero si se trata de tomar la cosa, por ejemplo, como la plantea Anna Harent, que dice más o menos que la forma más política de proceder es ponerse en el lugar del otro, entonces mi trabajo es súper político. Pero vamos, que no es un asunto de proyección, sino de inducción. Desde el teatro siempre surge, emana algo que es político si es que se trata de verdadero teatro y no de mercancía. Siempre se construye un “nosotros” y eso es política. Siempre se trata de ideas que hacen pensar la posibilidad de reflexionar de otro y esto es tener en cuenta cómo piensa otro… Siempre surge otro modo de vivir, otro modo de construir lo real desde una verdad que emana de la escena, cuando es Teatro, un acontecimiento de pensamiento, insisto. Siempre se piensa con el otro que ha venido como invitado a participar del acontecimiento… Es un momento en el que lo real y lo verdadero aspiran a encontrarse, y eso siempre es político.

C.Y: ¿Crees que el teatro debe seguir existiendo? ¿Por qué?

S.M.: No es un deber, no me lo puedo plantear en términos de deber. En pleno S. XXI es una situación dada que sobrevive por cuenta propia como mercancía de intercambio. Es una especie de existencia del ocio más o menos elegante; se va al teatro como para hacer algo de rango superior. Al cine vas a entretenerte, a pasar el rato, a divertirte, y eso es genial, pero al teatro se va como con una posición de “boato” o de sacrificio que no le sienta muy bien pero que tampoco está mal del todo. Es cierto que se puede vivir sin teatro y que hay sociedades, culturas que no poseen teatro; y es cierto que hay un cierto tipo de teatro que a veces desaparece por completo y sólo hay representación y espectáculo –mercancía. Pero en el teatro se da una circunstancia de presentificación, de tiempo real simultáneo al escénico que no está en ninguna otra expresión artística, así colectiva. Eso no se puede perder porque ahí se mueven las ideas de otra manera y si ahí de verdad conseguimos que pase algo, eso afecta a la vida de los que lo comparten de una forma particular arcaica y yo diría que ahora ya cuasi mítica…

I.D.: Parece ser que estás preparando en la actualidad un libro con tus piezas dramáticas. ¿Cómo lo llevas? ¿Para cuándo saldrá a la luz? ¿Qué pretendes con él?

S.M.: Surgió de la necesidad de dar cuenta por escrito de ciertos trabajos escénicos, de escritura escénica que por ser piezas de este carácter y por el hecho de ser el teatro arte efímero por excelencia, se habían perdido por completo después de su “haber tenido lugar”. Y ahora con su reescritura (o más bien con la transcripción que hago en el libro y que da lugar a un nuevo texto) quedan fijadas de alguna manera para que se puedan ofrecer a los que ya nunca verán esos trabajos. En su día se hicieron directamente sobre la escena y de este modo me obligaba ahora a crear de nuevo mediante procesos del lenguaje una manera de narrar lo que sucedió que de alguna manera es una reinvención… Una tarea imposible pero una tarea… También incluyo piezas inéditas que no llegué a montar nunca. Creo que es fruto de un cierto momento “cronológico” una necesidad fruto de la madurez y de cerrar y pasar a otra cosa.

I.D.: ¿Cómo definirías tu experiencia con el grupo de dramaturgia de La Laguna, y el curso que realizaste con nosotros a principios de diciembre de 2010?

S.M.: Como muchas otras veces creo que son experiencias de aprendizaje más para mí que para los que acuden a conocerme, a saber de mí, porque a duras penas logro “exponerme”; aunque en esta ocasión, por la diversidad y juventud del grupo, lo intenté de manera intensa. Intenté poner en cuestión “las palabras” que se iban a utilizar: autor, texto, influencia, búsqueda para a partir de ahí hacer algo. No se trataba de reinventarlas sino de extraer el significado particular de ciertas palabras para cada quien de los que nos dábamos cita en ese momento ahí en La Laguna. Y el grupo me siguió como pudo, pero abandoné de golpe este asunto, y ya casi en la segunda sesión se convirtió en un taller de interpretación. Un poco más de lo mismo para algunos alumnos; en otros parece que hubo algo intenso, eso es muy valioso, es un regalo del azar. Creo que intenté una especie de shock pero luego se diluyó. Me quedé frustrada. Definiría la experiencia como… eso, desconcertante. Estaba maravillada con la escuela, con mi regreso a la isla después de muchos años y los cambios a los que me había preparado pero que me superaron. Me impactó la Laguna tan hermosa, discreta y viva; una ciudad que crea ansias de hacer. Y el carácter reposado del isleño… Otra forma de habitar el tiempo a la que hay que cogerle el pulso… Me devoró los días…
Lo definiría tristemente así como “frustrante” y, en el mejor de los casos, sólo desconcertante. Debo volver e intentarlo de nuevo.

I.D.: Y una última -malintencionada- ¿por qué no te entiendes con los canarios? ¿Por qué no te sientes cómoda?

S.M.: La isla construye un nosotros muy claro cuando se trata de la aparición del otro, de su llegada. A partir de ahí no es cómodo estar en ninguna parte. El grupo fue sincero conmigo y por eso también “arrogante”, “desafiante”, y eso es difícil de llevar. Hay una actitud de «a mí no me vas a convencer de nada» y algo de «¿Qué quieres tú de nosotros, eh?». Eso es muy isleño; la desconfianza… Lo volví a reconocer, a ver, palpar… El que sufre desconfianza sobre sí no está cómodo, se siente cuestionado. Hay un afuera y un dentro que hay que gestionar, un aquí y un allí específico de las islas diferente al de otros lugares, más radical, hermoso y salvaje que otros “aquí y allí”. Si voy a Córdoba hay un aquí y un allí también, pero nos sumergimos también en un “nosotros” y ese aquí y allí no es tan materico… Cuando nos hace falta para salir del paso, de una dificultad se usa ese nosotros y ya está. Algo que en la isla es más difícil; ese algo se vive de una forma particular, más que nada. En el terreno cultural está el que cree que viene de algo a un vacío y se equivoca. Es responsabilidad del canario demostrarle esa equivocación y lo hace, pero aún falta que lo haga construyendo su entidad creativa a base de memoria y de reconocimiento entre vosotros mismos. No es que no me entienda: es que entiendo demasiado pero no soy capaz en tan poco tiempo de demostrarlo y surge la frustración…Yo (me da vergüenza decirlo, que se tenga en cuenta) amo las islas. Las amé no sólo a través de su paisaje; las amé por su cultura, sus intelectuales, las palabras de sus autores y la pintura. La amé, a Tenerife, por ser la isla surrealista cuando llegué por primera vez y lo supe y pensé que yo estaba donde debía, allí, haciendo teatro en la isla surrealista y trepando los muros de la casa de Óscar Domínguez, y viajando por los Gigantes y bajando al sur y esperando a diario el momento en que el Teide se dejaba ver y…y…… puedo decir más… y más…y la gente cree que sabe algo de las Canarias, siempre se las imagina y cuando llega ahí se niega a verlas en lo real. Yo ya las veo siempre en lo real y las escucho y las conozco y las amo como a algo familiar… He conseguido crear un pensamiento que une mi imaginación que no renuncia a ella, con cierta realidad de las islas y siempre voy allí a aprender y no hay ni la más mínima falsedad en esto, siempre, de las personas y a veces más aún de los lugares. La isla es un texto. En Anaga le dije a Isabel que allí sentía la necesidad de callar porque tenía que escuchar ‒leer‒ lo que allí estaba escrito y estaba diciéndose… para todos… para mí en particular…

¿Incómoda? Claro, porque es un viaje que me cuestiona, que me interpela a un lugar que amo y necesito que me corresponda. Mucha tarea, chachos…