lunes, 30 de mayo de 2011

De peces y hombres.

Como cada último jueves de mes, el Club de lectura dramática Sol y Sombra organizó su encuentro de mayo en el Ex-convento de San Francisco, de Icod de los Vinos: nada más y nada menos que un texto de la actualísima Angélica Liddell, que se intitula "Y los peces salieron a combatir contra los hombres". Escogimos el texto por su rabiosa actualidad, por su manera singularísima de afrontar el hecho dramático desde una escritura que mucho tiene de mesiánico y de salmódico. Nos interesó sobre todo esa fuerza inherente que tiene la palabra "liddellesca" para convertirse en férrea denuncia y en cruel blasfemia.
"Y los peces salieron a combatir contra los hombres" es, sin duda alguna, una declaración de principios que se impone furiosa ante las injusticias que provoca la división ecuatorial del primer mundo y el tercero, la discriminación de los negros y los blancos, de los países del norte y los del sur, la desgraciada situación de los inmigrantes ilegales en las costas de España, y en definitiva, la distinción de las clases sociales y raciales que prospera cada vez con mayor ahínco en nuestra enfermiza mentalidad europea. Todo esto, desde un lenguaje irónico de innegable provocación y mediante una estructura formal del texto que implica la aparición de dos personajes (tres, en realidad, a juzgar por la omnipresencia del silencioso Señor Puta, alter ego del poder, la corrupción, las corporaciones y la profesionalización de la política) que se debaten a un tiempo en el seno intelectual de la protagonista, pues se trata de un monólogo con doble personalidad. Por un lado, con el personaje de Angélica, la autora incluye su propio pensamiento y manifiesta su constante inquietud al considerar la responsabilidad que le confiere el proceso dramatúrgico; por otro lado, La Puta representa el pensamiento cotidiano de los primermundistas, lleno de miedo, de prejuicios, de sorprendente estupidez. Liddell, en su característica línea de violencia escénica y dramática, construye por tanto un manifiesto de hondísima humanidad en el que parece reclamar un humanismo perdido; siempre, eso sí, alejada de los dogmas y los maniqueísmos propios de quienes escriben un tipo de teatro social que pretende señalar a los buenos y los malos con una dialéctica infantil. El rigor con el que Liddell trabaja el fondo ético de sus piezas es lo que engrandece y agrava, al mismo tiempo, la complejidad de su dramaturgia.

Si a la magnitud de un texto como "Y los peces..." le sumamos la estimadísima participación en nuestro club de la profesora de dramaturgia de la Escuela de Actores de Canarias, Isabel Delgado, dramaturga, especialista en este tipo de teatro "raro" y malcomprendido, que tuvo a bien aceptar nuestra invitación para situar a la autora y al texto en el contexto históricosociocultural en el que se inscribe, entonces podrán comprender que la cita no pudo ser más amena ni entrañable. Isabel supo hacer de lo más "apetitosa" una exposición de viente minutos en las que repasó nada más y nada menos que los principios éticos y éstéticos del teatro postdramático, así como la producción tanto dramatúrgica como escénica de Liddell, y la detallada estructuración interna de la obra en sí, con la naturalidad de una colega que viene a contarnos cómo prepara el gazpacho. Esa cercanía de su discurso nos permitió a los pocos asistentes que allí estábamos (a los que agradezco su asitencia y su interés)  apreciar la posterior lectura del texto, que correría a cargo de mi compañera Mar Gutiérrez y de un servidor.

Esperamos ansiosos la próxima edición de nuestro Club de Lectura dramática para la que ya estamos buscando textos. Apunta por ahora un ganador: Las bicicletas son para el verano, de Fernán Gómez, no sólo por variar temporalmente en el proceso dramatúrgico, sino por insistir en un tipo de lectura que esté al corriente de los tiempos actuales, donde la crítica, el debate, la furia, el entusiasmo y el recuerdo estén al servicio de las líneas de pensamiento independientes y críticas que han hecho despertar a España de un largo sueño oprimido.

Y a tí, Isabel, mil gracias por apoyar el arte dramático, allá donde se encuentre.
El norte te espera siempre que quieras volver.




viernes, 6 de mayo de 2011

Al calor de una estufa llamada Descartes.

Supongo que les importará un pepino lo que leo o dejo de leer, pero sin ánimo de resultar petulante (prometí que este blog iría sobre libros, arte, política y otras mentirijillas) quiero compartir con ustedes la satisfacción que me produce haberme devorado una milhoja de René Descartes, su Discurso del método, del que tanto oí hablar en mis años de instituto y al que siempre temí no entender con la suficiente capacidad e inteligencia que requieren los clásicos de la hermosa filosofía. Nada más lejos. Ya me había sucedido lo mismo con Borges años atrás, aquel Jorge Luis Borges del que yo oía hablar en boca de intelectuales y grandes lectores amigos míos, y del que yo pensaba no entender ni papa. Desde que un día me decidiera a tantear sus obras literarias nunca más lo abandoné. Tengo la suerte además de no haberme leído toda su obra completa aunque la tenga, cosa de guardarme alguna sorpresa literaria para los años que me restan.

Pues lo mismo me sucedió con Descartes, al menos con ese Discurso que tanto he saboreado, y del que tanto he aprendido, dejando a un lado partes como la anatomía o el sistema solar, de los que admito desconocerlo todo, hasta el punto de no saber cuánto más se ha avanzado en esas materias a lo largo de la historia científica. Sí, lo siento.

Estas dos noches que estuve ensimismado en la lectura (el texto apenas supera las cien páginas) yo me encontraba como arrinconado a una estufa, tal y como cuenta Descartes que estuvo durante sus años de estudio para elaborar su método. Allí encontré un calor estupendo de inteligencia, de prosa deslumbrante, de brillante sentido intelectual. Me maravilló la manera en que el filósofo duda de todo (bueno, menos de la existencia de Dios, a quien se empeña en demostrar ¡científicamente!) y la capacidad de ordenar el pensamiento para construir un modo -un camino- de acercarse a la verdad científica.

Pienso luego existo... Tomar conciencia de que el pensamiento es la causa misma de ser, al menos de ser consciente. Y de este modo, llegar a la conclusión de que si pienso existo, pero si no tuviera la posiblidad de pensar... ¡no existiría! ¿No les parece absolutamente moderno lo que cuenta Descartes? ¿No estamos viviendo precisamente en un tiempo en el que pretenden que no pensemos? ¿Y acaso es verdad que si no pensamos no somos individuos, sociedad, estado, continente, planeta? ¿Les estamos regalando nuestra existencia a quienes ya se encargan de pensar por nosotros?

Creo que necesito una cerveza.