miércoles, 25 de noviembre de 2009

La perfecta casada.

Hoy se celebra el día contra la violencia de género, y por más que tal definición ya es de por sí un error (que el género es puramente gramatical; esto es, de dimensión exclusivamente lingüística) la efeméride parece ser un instrumento bastante oportunista para las instituciones. No es que me lo invente: acabo de ver las noticias nacionales de una de las empresas privadas de mi querida España, que por un lado defiende a muerte la religión en la educación y rechaza descaradamente asignaturas como Educación para la ciudadanía, y por otro lado se escandaliza del porcentaje de víctimas de este terrorismo endémico, al tiempo que muestra un rostro comprometido con la causa, mostrando durante todo el día un cartelito de "No a la violencia de género". ¿Qué quieren que les diga? A mí esta doble moral, esta incoherencia, este "atropello a la razón", como cantaba Santos Discépolo, me crea una verdadera úlcera.
Lo verdaderamente lamentable de todo es que este insidioso electoralismo político (aún con sus buenas intenciones) olvida el fondo elemental del asunto, que no es otro que el de la todavía eterna lucha de sexos. "La política de los cuerpos", me dijo un día mi amigo Gerardo Jorge, con toda razón.
¿Hasta cuándo tendremos que soportar la prepotencia del hombre? ¿Cuándo vamos a darnos cuenta del daño y el horror que provoca un sistema patriarcal como la religión católica en este país, supuestamente laico? ¿Hasta cuándo la publicidad va a seguir vendiendo un coche con una rubia desnuda al lado? ¿Qué les falta a las Laurencias para tomar las armas ellas mismas y atentar sin miedos contra los nuevos comendadores de Calatrava? Y ¿qué compromisos personales tendremos que asumir para erradicar como padres, profesores, artistas y humanos un problema que en España es histórico y que durante siglos fue un orgullo nacional?
España sufre a la mujer, y la mujer sufre a España desde tiempos inmemoriales. En el siglo XVI, Fray Luis de León escribió un tratado que intituló "La perfecta casada", y donde exaltaba las virtudes de la mujer de su casa, zahería a las "frívolas", y alababa a las "mujeres varoniles". A mí me parece que mequetrefes como éste (a pesar de su incuestionable calidad poética y sus atrevimientos) siguen circulando legítimamente por todas partes.
Aunque tal vez lo que más me jode es que siga habiendo mujeres dichosas de ser perfectas casadas.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Venezuela, in memoriam.

Yo recuerdo un río que era como una madre y en lo alto de la loma una oscuridad verde de casi selva. Mi cuerpo infantil se hundía en las ondas extrañas, acariciándome. Algo de trágico que yo no supe descifrar corría también silencioso en el curso del agua. Era verano, pero tan umbrío todo, que era negro el mediodía. Éramos el río y yo origen de mundo.
Yo recuerdo los zocos de Caracas, los mercados. Infestados de negros, blancos y mulatos que pululaban un dulce olor a mangos en el aire. Luego los mendigos en las escaleras, con los bolívares brillantes entre las manos sucias. Y el amor a los olores desconocidos de verduras sagradas, especias imposibles y frutos de carnes amargas. Un paraíso de sentidos.
Yo recuerdo las calles informes, diseñadas por la prisa eterna. Las casas amontonadas como dientes sin orden, luchando por buscar un espacio hacia la luz de las aceras. Y en lo alto del cielo, las torres monstruosas vigilando la multitud hormigueante.
Yo recuerdo el prodigio de la luz en el caribe. Playas de coral masticado y agua que era aire de ligera. Yo y otros muchachos más sutiles, jugando a encandilarnos de hermosura entre palmeras pirotécnicas. Al fondo los abuelos, llenos de luz también bajo el sol de la mañana. Y al regreso una lancha inestable que surcaba sin miedo los mares, desafiando a los tiburones.
Yo recuerdo la familia de tantas generaciones que se ramificaban en historias que casi eran leyenda. Una tribu de primos y de tíos, de compadres y cuñados, de hijos y nietos que se repartían tranquilamente el derecho a saberse juntos. Y el olor de la sangre canaria corriendo sigilosa por las venas.
Yo recuerdo que recordaba lo que un día fui en la casa primigenia. El olor a sueño transparente, a trabajo diario y a regreso. Los juguetes trágicos que ya no existían. El perro que murió sin yo saberlo.
Yo recuerdo una noche hermosa, casi como un secreto que sólo alguien más también recuerda.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Tres apuntes sobre pintura.

I

Sentada sobre un sillón de mimbre una mujer me mira. Está delante de mí. Tiene las piernas cruzadas y puedo ver sus rodillas en el vuelo de su falda. No sé qué hace allí, ni de dónde vino. Tampoco me atrevo a preguntárselo. Tiene la cabeza un poco ladeada y uno de sus brazos se apoya tranquilo en el mimbre del sillón. El otro mantiene un cigarrillo tan inamovible que el humo asciende en línea recta, sin sobresaltos. Quiere hablar, sé que quiere hablar y no se atreve. Muda de espanto continúa mirándome. Yo me mantengo firme frente a ella, ocultando los temores que me inspira. Luego tomo el pincel y corrijo sus miedos y tristezas.


II

Pintó una ciudad en la noche. Fue construyendo las cimientes de las calles, el vértigo de los rascacielos, el ruido de los pequeños seres que la habitaban. La llenó de amantes y de niños, de odio y de misterio. Le impuso a la ciudad la luz del otoño, el olor de los cafés y un rumor de besos escondidos. Se fue a vivir allí.


III

Tiene miedo de empezar. Detesta ver el lienzo blanco y silencioso esperando ser asesinado. La mano tiembla, el pincel parece encogerse, la noche se estremece de duda. Una mancha tímida imprime el sello del comienzo. Le sigue otra más ancha y luego otra larga y convencida. Más tarde otro color surge en otra esquina y van apareciendo poco a poco las formas y el sentido. Y en cuestión de unas horas la vida está allí intacta nuevamente. Resurgida y recreada para siempre.

martes, 17 de noviembre de 2009

Diálogos. Parte I.

-Yo creo firmemente en que hay algo en el más allá.
-Sí, claro. El baño de caballeros. A la derecha.
-La derecha es un chicle que hace pompitas.
-A mí las pompitas me molestan mazo.
-Una amiga mía tampoco las soporta. Se pone de los nervios.
-Cada uno tiene sus fobias, ¿no cree?
-Sí, yo tengo varias. Es como un vicio.
-Está de moda, claro...
-Esa es una, precisamente: la de estar de moda.
-Como Cristiano Ronaldo.
-Pues a mí ese muchacho me gusta, oiga. Tiene cara de buena gente.
-Dicen que es un encanto.
-Y muy humilde.
-La gente humilde vale su peso en oro.
-Sí, señor. El oro y el moro.
-¿Othelo?
-¿Cómo dice?
-¿Qué dijo usted?
-Nada.
-Ah, yo tampoco. Creí que hablaba.
-Hablo a veces con dios. Eso sí.
-Uy, a mí ese señor me debe unas cuantas...
-Pues dígaselo. No hay nada peor que tragarse las cosas.
-Yo lo que trago es vino.
-¡Ala, madonna! ¡Usted es anarquista!
-Sin insultar, ¿eh?
-Era una impresión, no más.
-Yo le podría decir a usted que es un apostólico cabizbajo y no se lo he dicho.
-También es verdad.
-El respetito es muy bonito.
-Y el ajo muy bueno para el corazón, no sé si sabe.
-No sabía.
-Lo dijeron en la tele. Hará dos semanas.
-Hace dos semanas casé a una hija mía.
-¡Qué gran noticia! ¡La gente todavía se quiere!
-Eso en mis tiempos era ley.
-Ahora todo es diferente. Hasta los hombres pueden...
-¿Pueden qué?
-Ya sabe... Casarse.
-Y a eso algunos lo llaman libertad.
-Y no es más que puro vicio.
-Hay vicios que bien valen una vida.
-¿Usted cree?
-Mire al Che.
-¡Caramba! ¿Ya murió?
-Uy, ese señor debe de estar ya muy en el más allá.
-Pero en el baño de caballeros, ¿verdad?
-Sí, a la derecha.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Un sueño de verano.

Anoche tuve una pesadilla: soñé que me asomaba a un precipicio gigante y desde lo alto contemplaba allá abajo el mar, lejano y negro. Creo que estaba en una isla por que todo era silencio. La depresión era vertiginosa y estaba cubierta por un manto de esponjosa hierba. De pronto sentí que el viento me llegaba por la espalda y sin quererlo me empujó hacia adelante. Vacilé unos pasos y sentí cómo mi cuerpo cedía a aquella ráfaga entregándose al peso del vacío. Era tan inevitable aquel fatal destino que por alguna razón tuve el impulso de voltearme y aferrarme a algo firme, pero descubrí que se trataba de tierra mohosa incapaz de resistir el peso de mi cuerpo. Enterraba mis manos y mis piernas en la masa insegura del terreno, advirtiendo que estaba al filo de la muerte. La desesperación por encontrar un punto estable me llevó a enterrar la boca en la tierra para lograr mantenerme al menos allí. Sabía que sólo estaba alargando unos cuantos segundos la posibilidad de mi muerte. Creo que en lo alto estaban algunos amigos, pero yo ya no podía gritar ni ellos oírme. De inmediato la tierra cedió y el cuerpo cayó primero deslizándose y luego tropezando y dando vueltas en el vacío del aire, apresado por la violencia de la gravedad.
Supe que lloraba porque, al despertarme, una lágrima amarga se deslizó por mi mejilla izquierda. Al recobrar el sentido real de las cosas y los seres que habitan mi casa, al descubrir la mañana que el mundo me tenía nuevamente preparada, sentí un remolino de ternura hacia la vida, y hasta la consciencia de mi propia respiración me arrancó una ligera sonrisa de la boca que no me ha abandonado a lo largo de todo el día de hoy.
¡Me espanta esta dependencia enfermiza a lo viviente! ¡Este dulce dolor de estar vivo!

Invoco

Yo invoco la memoria de mis muertos,
losa fría que cubre sus olvidos.
Ellos son lo que soy y lo que he sido,
y aún lo que seré después de muerto.

No puedo navegar hacia otros puertos,
ni otros hombres irán jamás conmigo,
que no sean las sombras de los idos
fantasmas famliares, mis ancestros.

Un muerto sólo soy. Un solo muerto
que hereda sin saberlo la memoria
de hombres hechos ceniza y polvo triste.

Pertenezco, sin querer, a ese desierto
donde el olvido se mezcla con la gloria,
donde nada es verdad, y nada existe.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La primera mirada.

Cuando Adán abrió los ojos y se encontró inmerso en el paraíso, un intenso dolor de costillas le sobrevino. No obstante, emprendió camino entre la verdura admirando todo con temor y asombro, malandando a causa de aquel extraño dolor toráxico. Tenía todo un amargo olor a nuevo, como si el paisaje estuviera recién hecho, o cuando menos, restaurado. Miró al cielo. Una bandada de papagayos atravesó los árboles más altos, llenando la mirada de colores calientes y compactos.
Sintió cómo el mundo se despertaba casi al mismo tiempo que él. Vio a los monos saltando en el juego de las lianas, a los bisontes paseando con aplomo sus anchuras, a las serpientes -raíces inquietas- que andaban por las esquinas, y a las nubes que tomaban forma de mono, de bisonte, de serpiente y volvían a deshacerse para reconstruirse nuevamente con formas inusitadas.
Estuvo solo alguna horas, sin descubrir en todo aquello nada que le fuera verdaderamente suyo. Se sentía tan alejado del paisaje como de sí mismo. Cansado de tristeza se dejó dormir. En el sueño, (el primer sueño del mundo antes que el de dios, incluso; porque luego se comprobaría que dios era un sueño adánico, aunque también se dice que fue el del escarabajo, el primer sueño) una mano gigante le arrancaba las costillas. También soñó con el olor del barro fresco y con el mar.
Unas horas más tarde todavía reposaba sobre las hojas gigantes de unos tubérculos, con el cuerpo desnudo y resbaladizo a causa del sol del mediodía y el esfuerzo del sueño. Lo despertó una intuición, una sospecha extraña de que alguien o algo lo cercaba. Mantuvo los ojos cerrados, por miedo a enfrentarse a la realidad que le amenzaba, y en un momento dadó los abrió de pronto. No había nadie. Giró la cabeza a todos los lados intentando hallar la figura de aquellas sombras, pero nada. Sintió un ruido tímido e intermitente a sus espaldas. Divisó entre unas hojas verdes de láminas finas la silueta de un cuerpo opaco bastante diferente del de los monos, los papagayos y los perros. Allí estaba. La figura tenía manos y ojos como los suyos, y los pies mostraban los mismos síntomas de frío y de dolor que sufrieron sus plantas al comienzo de sus pasos. Al otro lado de las hojas, esa silueta viviente hacía ruidos raros y abria los labios mostrando los dientes. Algo, como unas cosquillas, le produjo también la necesidad de mostrar los dientes y de abrir los labios. Era la primera mirada, la primera sonrisa.

(Se supo luego que se llamaba Eva, y que era la madre de la carne. Juntos tuvieron dos hijos. Pero se cansaron, porque el matrimonio no era todavía entonces un dogma, y un día los dos se miraron y se detestaron de saberse pecaminosos y aburridos. Ella rehizo su vida, empeñó sus ahorros para montar una empresa de tartas de manzana y se casó con su hijo sanguinario. Adán continuó también la estirpe con sus propias nietas. Era el origen del mundo).