Hoy se celebra el día contra la violencia de género, y por más que tal definición ya es de por sí un error (que el género es puramente gramatical; esto es, de dimensión exclusivamente lingüística) la efeméride parece ser un instrumento bastante oportunista para las instituciones. No es que me lo invente: acabo de ver las noticias nacionales de una de las empresas privadas de mi querida España, que por un lado defiende a muerte la religión en la educación y rechaza descaradamente asignaturas como Educación para la ciudadanía, y por otro lado se escandaliza del porcentaje de víctimas de este terrorismo endémico, al tiempo que muestra un rostro comprometido con la causa, mostrando durante todo el día un cartelito de "No a la violencia de género". ¿Qué quieren que les diga? A mí esta doble moral, esta incoherencia, este "atropello a la razón", como cantaba Santos Discépolo, me crea una verdadera úlcera.
Lo verdaderamente lamentable de todo es que este insidioso electoralismo político (aún con sus buenas intenciones) olvida el fondo elemental del asunto, que no es otro que el de la todavía eterna lucha de sexos. "La política de los cuerpos", me dijo un día mi amigo Gerardo Jorge, con toda razón.
¿Hasta cuándo tendremos que soportar la prepotencia del hombre? ¿Cuándo vamos a darnos cuenta del daño y el horror que provoca un sistema patriarcal como la religión católica en este país, supuestamente laico? ¿Hasta cuándo la publicidad va a seguir vendiendo un coche con una rubia desnuda al lado? ¿Qué les falta a las Laurencias para tomar las armas ellas mismas y atentar sin miedos contra los nuevos comendadores de Calatrava? Y ¿qué compromisos personales tendremos que asumir para erradicar como padres, profesores, artistas y humanos un problema que en España es histórico y que durante siglos fue un orgullo nacional?
España sufre a la mujer, y la mujer sufre a España desde tiempos inmemoriales. En el siglo XVI, Fray Luis de León escribió un tratado que intituló "La perfecta casada", y donde exaltaba las virtudes de la mujer de su casa, zahería a las "frívolas", y alababa a las "mujeres varoniles". A mí me parece que mequetrefes como éste (a pesar de su incuestionable calidad poética y sus atrevimientos) siguen circulando legítimamente por todas partes.
Aunque tal vez lo que más me jode es que siga habiendo mujeres dichosas de ser perfectas casadas.
Lo verdaderamente lamentable de todo es que este insidioso electoralismo político (aún con sus buenas intenciones) olvida el fondo elemental del asunto, que no es otro que el de la todavía eterna lucha de sexos. "La política de los cuerpos", me dijo un día mi amigo Gerardo Jorge, con toda razón.
¿Hasta cuándo tendremos que soportar la prepotencia del hombre? ¿Cuándo vamos a darnos cuenta del daño y el horror que provoca un sistema patriarcal como la religión católica en este país, supuestamente laico? ¿Hasta cuándo la publicidad va a seguir vendiendo un coche con una rubia desnuda al lado? ¿Qué les falta a las Laurencias para tomar las armas ellas mismas y atentar sin miedos contra los nuevos comendadores de Calatrava? Y ¿qué compromisos personales tendremos que asumir para erradicar como padres, profesores, artistas y humanos un problema que en España es histórico y que durante siglos fue un orgullo nacional?
España sufre a la mujer, y la mujer sufre a España desde tiempos inmemoriales. En el siglo XVI, Fray Luis de León escribió un tratado que intituló "La perfecta casada", y donde exaltaba las virtudes de la mujer de su casa, zahería a las "frívolas", y alababa a las "mujeres varoniles". A mí me parece que mequetrefes como éste (a pesar de su incuestionable calidad poética y sus atrevimientos) siguen circulando legítimamente por todas partes.
Aunque tal vez lo que más me jode es que siga habiendo mujeres dichosas de ser perfectas casadas.