sábado, 22 de mayo de 2010

Un teatro muy chico.

Este jueves pasado estuve en la isla de La Palma con la compañía Teatro Negra de Óscar Bacallado. Con él y con Lioba Herrera tuve el placer de conocer uno de los escenarios más hermosos y singulares del archipiélago; un teatro del que me habían hablado tantas veces y con tanto entusiasmo que nunca pensé que podría subirme sobre sus tablas: el Teatro Chico.

Su construcción me recordó desde el pirncipio a una casita de muñecas, y en cuestión de segundos mi imaginación voló y así me representé sobre el escenario vacío la genial pieza de Ibsen. Yo, que por alguna extraña razón soy bastante afín a los oráculos y el destino, me arrodillé para besar el suelo del escenario: una moqueta negra de lo más simple, todo sea dicho, pero que para mí garantizaba el bautizo de mi profesión en aquel recinto sagrado, y auguraba nuevas y próximas visitas a aquel teatro. Lioba Herrera hizo lo mismo, quizá entusiasmada con mi admiración por cuanto sucedía y observaba allí dentro. Los balcones de las tres plantas se estrechaban formando una herradura minúscula, y los asientos se repartían casi agobiados, empujándose por tener su digno espacio de reposaculos en el festín. El escenario era corto y hondo, o sea: largo y estrecho, y la acústica de una calidad excelente. Visité las tres plantas, recorrí el escenario, husmeé los camerinos, todo con tal de hacerme una idea general del edificio.

El marco en el que se encuentra el Teatro Chico, en medio de esa ciudad magnífica que es Santa Cruz de La Palma, es su sengundo encanto. La ciudad a aquella hora de la tarde -serían las 18h cuando llegamos del aeropuerto- tomaba un aire tranquilo de isla olvidada. Sabíamos que allí nada iba a acontecer más allá de la caída del sol y la llegada de la noche. Sólo nuestra función, en medio de la calma de la ciudad estrecha. La obra que llevamos, está pensada para reunir en la platea a padres y a hijos, para entablar luego con ellos un debate humano, sincero, amable. Hasta el teatro se acercaron unas cincuenta personas, entre políticos, técnicos y acomodadores, y público general. Asesino del Amor, es la pieza que Óscar ha escrito para jóvenes adolescentes de dieciséis años y sus padres.

No pueden hacerse una idea del silencio y el respeto con el que aquel minúsculo grupo de público se entregaba a la emoción que les brindaban nuestros diálogos y nuestras historias como personajes. Arriba, en el escenario, las lágrimas nuestras casi resultaron ser verdaderas, aunque ya saben cómo son estas cosas del teatro: mentira. La única verdad que había allí arriba era la necesidad de emocionar, de traducir los símbolos de aquel conflicto que representábamos. Y lo conseguimos, oiga. El público se levantó entusiasmado, y rompió el silencio del final con un aplauso estrepitoso que hasta nos avergonzó por un momento, de tan violento y emocionado como era.

Se había cumplido el ritual. El escenario ya empezaba a echarnos de allí, los telones querían correr rápidos por los rieles y cerrar la función. El público desalojaba el patio de butacas y parecía que el Teatro Chico se sumía en un sueño profundo y feliz, preparándose para darle luces y ambiente al espectáculo del día siguiente. Nuestra función había terminado, y el mundo seguía su curso y en cuestión de horas otros artistas subirían allí otra vez para tomar el relevo ante un público que espera cada día una lágrima, una sonrisa, una esperanza.

1 comentario:

  1. Qué rica forma de volver por unos minutos a aquel momento...gracias...te quiero mucho!Lio

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