lunes, 7 de diciembre de 2009

El aire de la muerte.

Permítanme hablarles hoy de un pintor terrible. Un pintor que en cada lienzo mezcla el surrealismo burgués de René Magritte, la plasticidad de Alex Katz, la calma caliente de Edward Hooper y un poco del "pop art" americano. Algo de Oscar Domínguez también me sugiere esta pintura mágica, que cuanto más la observo más me espanta y maravilla.

El alquimista de este prodigio es un vizcaíno de treinta años, llamado Kepa Garraza, que ha sabido aunar elementos de la tradición artística, pero también literaria e histórica. Su versión del Marat de David reconstruye aquella traición de una manera doméstica, como si el mismo asesino hubiera fotografiado a su víctima sentado en el retrete y regulando sin temor el objetivo de la cámara. La sangre en Garraza es literaria, es sangre shakespeariana que parece estar eternamente caliente, de tan reciente como es la muerte en cada cuadro. Es una sangre épica que narra en sí misma cuanto ha ocurrido hasta ese momento en que el espectador observa por primera vez el cuadro.
La situaciones son siempre imposibles. Nacidas de la imaginación y la aventura del desafío de la mirada. En ellas sus protagonistas parecen desatender la gravedad de cuanto sucede, y la muerte es amenzante, como la creyeron en la Edad Media. Algo de heroico y de idiota surca las telas de Garraza; algo también de invisible-evidente.
Su belleza principal consiste en recordarnos la técnica de aquellas ilustraciones que mostraban en sus revistas evangelizadoras los Testigos de Jehová, pero descontextualizadas: la risa de una familia unida se torna aquí indiferencia, en una pareja donde él está muerto y ella piensa en sus cosas mientras fuma. Así de simple y de estulto, sin la precaución de marcar los límites del óleo y de los píxeles. Lejano a la insulsa realidad, pero mezclándola constantemente, valiéndose de ella para alterarla. Con toda la violencia oportuna y necesaria del arte nuevo, con toda la coherencia y la técnica de una manera de hacer, con el concepto de la belleza inundando trágicamente el lenguaje que narra cada estampa.
Lo descubrí en una revista especializada de arte contemporáneo hace ya algunos meses, y apunté su nombre en mi agenda para no olvidarlo. Esta tarde, al revisar un número de teléfono, la muerte me llamó a los ojos y leí su nombre: Kepa Garraza. El resto, ya lo saben.
P.D.: Con la inquisición tecnológica que nos amenaza no me atrevo a publicar imagen alguna de sus cuadros, no sea que en lugar de entenderse este artículo como un humilde homenaje, una crítica personal, me achaquen de oportunista y de plagiador. Así que les dejo el enlace donde pueden ver algunos de sus cuadros. El resto, también lo saben.

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