sábado, 19 de junio de 2010

Mi primera vez.

Era mi primera vez. La primera vez que, por fin, después de varios intentos por conseguirlo, me sentaba tranquilamente en un teatro a presenciar una zarzuela. Sucedió el miércoles pasado, día 16 de junio, y fue casi por casualidad. En alguno de mis paseos vespertinos hube de haberme deleitado por las calles laguneras, que recorro con cierta asiduidad, y al pasar por el Teatro Leal descubrí un cartel que decía:

La gallina ciega.
Zarzuela en dos actos en formato de cámara.

Eran las cinco de la tarde, y la obra comenzaría a las ocho y media. Apenas si tenía tiempo de avisar a todos los que seguramente estarían dispuestos a venirse. Llamé a mi amiga Jéssica Scarlett. (Se me antoja ahora que su nombre compuesto tiene algo de zarzuela, también). Aceptó venirse conmigo a la representación. Así que pasó por casa y luego nos fuimos hasta el teatro.

Curiosamente, cada teatro tiene su público, y cada público forma su propio teatro, recortado al antojo de sus gustos y sus esperanzas. Allí, en las puertas del Leal, esperaba un grupo -pequeño, todo hay que decirlo- de descarado sector burgués, con sus abrigos de piel de marta unas, sus gemelos dorados en los ojales otros y, si me apuran, sus perritos de pelaje blanquísimo y espumoso. A mí aquella estampa de un siglo diecinueve derretido me resultó tan curiosa como divertida. Al entrar, éramos tan pocos que nos dieron asiento en el patio de butacas a todos, a pesar de haber reservado para el segundo palco. Como siempre se cerraron las puertas, se apagaron los teléfonos móviles, las luces comenzaron a difuminarse, y el teatro quedó a oscuras en un ínterin.

La pieza nos resultó una golosina, una exquisitez, una cajita de música preciosísima de la que saltaba como en una fuentecilla un chorro incesante de alegría, y en la que los personajes parecían marionetas movidas por hilos invisibles. Hilos conducidos, eso sí, por una excelente dirección escénica, pero también musical. Los actores cantantes, -o los cantantes actores, no sé- supieron construir una trama ligera y divertida. Y los músicos (Ensamble de Madrid) dibujaron perfectamente el espíritu alegre de la pieza. Mientras observábamos absortos aquel espectáculo, que nos maravillaba acaso por su sencillez y su frescura, yo admiré en la zarzuela la capacidad de crear en colectivo un espectáculo total. Siempre me ha sorprendido esa propiedad del teatro que consiste en conformar un producto único formado por infinitos trabajos individuales; es decir, que el prodigio del teatro es su colectividad, su sentido tribal, donde cada uno debe cumplir con su propia tarea para acercarse a un mensaje global. ¡De qué laborioso modo el autor del libreto -M. Ramos Carrión- y el compositor musical -M. F. Caballero- supieron fundar sus talentos para crear una zarzuela tan simple pero cerrada, tan bien construida!

Por un momento tuve la sensación de tener un gesto de lo más idiota, con la boca abierta por la delectación de aquel espectáculo que supo imitar en todo momento el efecto del cine mudo, a través de juegos de luces y maquillajes y vestuario de cierta misma línea cromática, que rondaba los grises, los marrones, los dorados y los negros. Una escenografía de lo más sencilla y unas voces excelentes. Aunque (esta es una confesión inter nos) me parece que los cantantes de zarzuela -lo digo porque hago una colección de varios volúmenes y empiezo a ver más espectáculos de este género- cojean bastante del lado de la interpretación textual. Hecho perfectamente comprensible en una profesión para la que cada uno de los dos aspectos de la misma (teatro y música) cuesta una vida entera aprenderlos.

La zarzuela, prima hermana de la ópera, cuya diferencia de aquella es que aquí hay partes dialogadas, es un arte español cuyo nombre se le debe a una zona del Pardo donde había muchas zarzas y en el que Felipe IV quiso hacer sus fiestas con música. Desde entonces el teatro cantado, o la canción dramatizada, vienen siendo en España un género muy preciado desde las óperas de Calderón de la Barca, hasta estas composiciones alegres como la que vino al Teatro Leal con la Ópera Cómica de Madrid el pasado miércoles. Es, eso sí, un arte que interesa más por su exotismo, que por su profundidad y trascendencia. Un arte hecho para una burguesía que no conoce el hambre, la pena ni la rabia. Un arte muerto.

3 comentarios:

  1. Tu artículo mejor construido. Tu propia zarzuelita, pero con final feroz.

    Un abrazo

    Gerardo

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  2. Magnífica redacción y análisis de nuestro espectáculo.

    Un caluroso saludo,
    Juan de Nevrezé
    Producción de "La Gallina Ciega"
    Concerto XXI Producciones
    http://www.concertoxxi.com

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  3. Hola, Juan. La verdad, me resulta emocionante que hayas reparado en mi artículo y que te haya gustado. La verdad es que por pobre espectador de zarzuela que sea, lo que aconteció en el Leal el otro día fue mágico, a todas luces. Fue exquisito el montaje, y el libreto, y los músicos y los intérpretes. Detrás, ahora lo entiendo al ver tu perfil, corre sangre muy joven, muy fresca.

    Un abrazo desde la isla prohibida.
    Quedas invitado.
    César Yanes.

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