lunes, 12 de julio de 2010

Edipo 1/2

El primer día de este Julio caluroso cayó en jueves, y como todo jueves de fin de mes, (ya que la cita respondía al mes de junio) fue recibido con una nueva lectura de teatro: Edipo rey, esta vez. La decidió nuestro admirado compañero Paco León, quien deseaba desde hacía ya algún tiempo traer al Club de Lectura dramática algún texto clásico. Sófocles fue el dramaturgo elegido y los invitados para la ocasión fueron Juan Carlos Tacoronte y Griselda Layño, que ya nos había visitado dos ediciones atrás. Cada uno trajo su tarea hecha y su simpatía característica, y disfrutamos de sus talentos y de su enorme experiencia.

La presencia de estos tres invitados dio lugar a una lectura hermosa y amena, con comentarios personales sobre los personajes, sobre la historia del teatro griego, sobre la puesta en escena, la función del Coro y el corifeo, etc. Una cita de lo más amena y más interesante.

A nosotros, a Sol y Sombra, nos tocó llevar a cabo las partes corales, para lo cual hicimos todo tipo de experimentos vocales, respondiendo más a nuestro interés por divertirnos que a la verdadera realización al uso de esos cantos, pues desconocíamos la forma en que se hacían en realidad. De este modo, llevamos a cabo un texto de intensa y compleja significación, cuya lectura es tan oscura como espesa, pero que sabiéndo ahondar en los símbolos que encierra, parece transformarse en un canto de hermosas alabanzas a los dioses y a los hombres.

La magia del teatro griego, al menos así me lo parece, está en ese modo tan sutil que tiene de instruir, de asumir el teatro como un deber ético, profundizando en los hechos y las acciones de los hombres, limando las asperezas de los vicios, poniendo sobre la mesa sin miedo los defectos más terribles de la raza humana. Y toda esta enseñanza, por increíble que parezca, está construida sin la bandera del dogma, sin esa asquerosa mancha de convicción que tiene siempre el discurso prescriptivo. Aquí, en este teatro auténtico, nacido al amparo de un tipo especial de democracia, se levanta la bandera de la duda como estandarte idiosincrático. No existe la respuesta; es la dubitación la que impera en el teatro, y contra la cual el espectador lucha por posicionarse ante los hechos. Ése es, me parece, el néctar más preciado del hecho teatral.

Por cuestión de tiempo no pudimos acabar con la obra,, de ahí mi Edipo 1/2. Por este motivo, en la Capilla de la Magdalena del convento de San Francisco pareció quedar flotando un aire de palabras tan antiguas como las estrellas. Allí quedó a medias un Edipo que retomaremos otro día con calma, cuando nuevamente el Oráculo de Delfos vuelva a vaticinar que en Tebas un hijo del rey nacerá y matará a sus padres y el miedo de éstos les hará desprenderse del bebé, para cumplir con los designios de los dioses. Y entenderemos, como los viejos griegos, que del destino no podemos salvarnos ni siquiera pretendiendo esquivarlo, porque esa huida está también escrita en el destino.


Esa misma noche, antes de empezar la lectura, Paco León me confesó tímidamente -como suele ser propio de él- que había ganado el premio de poesía Pedro García Cabrera del año 2009. Entonces me pareció que también estaba escrito en el destino.

P.D: Hace dos días, por cuestiones de entusiasmo literario, me he dado al placer de redescubrir la versión del Edipo que en 1967 hiciera Pier Paolo Pasolini. Una joya de película, con ese ritmo lento, sereno y caliente del genial italiano. Pocos directores saben llevar a la pantalla con tanta sabiduría como Pasolini las grandes obras de la literatura universal, como ese hermosísimo Edipo Re, con anacronismo incluido, casi como demostrando la candente actualidad del incesto y del amor filial.

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